domingo, 29 de abril de 2018

La guerra que el el dragón jamás libró.

El zumbido de la brisa marina atravesando los agujeros y grietas de lo que un día fue un gran castillo, desesperaron a la joven con ropajes del ejército real. No era una guerrera, ni pirata, ni siquiera había conseguido liderar nada por sí misma. Ella había elegido el bando equivocado en el momento preciso. Quizá si el lado ganador, pero no el correcto. Lo qué más le carcomía era que estaba comenzando a entender muchas acciones y movimientos de los antiguos rebeldes. Con nerviosismo miró a su alrededor, si alguien de su organización escuchara sus pensamientos y la viera en aquel lugar la acusarían de rebelde, o incluso traidora.
Un sordo golpe de viento le devolvió de sus pensamientos. Por fin, él había vuelto al castillo que le hubiera correspondido por derecho. Inexplicablemente había acudido a su llamada. Buscando entre las grietas y columnas derruidas, en cuestión de minutos encontró al joven.
No portaba la armadura del dragón, sino que volvía a llevar su antiguo atuendo de capucha blanca, aquél que llevaba cuando lo había conocido por primera vez, aquel que portó durante la segunda gran guerra.  Tras él, una joven de cabello castaño le miraba con dulzura y le agarraba la mano asintiendo con orgullo.
                -Tienes mucho valor para volver por segunda vez aquí –dijo él con voz pausada mientras se separaba de la joven y tras una sonrisa le hacía desaparecer con otro golpe de viento.
                -No sé a quién más acudir –respondió ella con cierta cautela-. La situación se ha vuelto ya insostenible.
                -Tú escogiste tu bando. Asume las consecuencias de tu decisión.
                -Lo se… pero no lo entiendes. El norte está completamente perdido. Gracias a ti, el ejército rebelde de los dragones ha recuperado casi todo el territorio, solo queda una ciudad cuya mandataria encerrada en un bucle de autointerés y corrupción se ha convertido más en un enemigo que en un aliado. En cuanto al sur, todo está cada vez más dividido, los señores de cada ciudad no comparten ninguna información entre ellos ni con la capital, no promocionan a  las nuevas generaciones para que renueven sus cargos y poder mantener así el equilibrio de la organización. Y la capital… por dónde empezar. Me han nombrado comandante de toda la flota, sí, pero todos los miembros de las tripulaciones, apoyados en todo momento por mi superiora la cual desestima toda acción o rumbo que decida tomar, no cumplen ninguna orden.
                -Y ¿qué solución crees que es la mejor? –preguntó el joven mirándole inquisitivamente con sus ojos verdes.
                -Evidentemente, los altos mandos se han llenado de poder y lo usan de forma equivoca y sin control. Es necesaria la renovación de todas partes de importancia del ejército real y crear una red nacional de constante reciprocidad de información y confianza. Es necesaria… una… revolución –concluyó la joven mirando al ex líder rebelde y dándose cuenta del mundo que se podría haber abierto ante ella hacía tanto tiempo.
                -Un ejército revolucionario… -contestó pensativo y melancólicamente el joven mientras sus ojos verdes no dejaban de mirarla- que limpiara los puntos claves de un gobierno podrido y lleno de poder y corrupción. Que estableciera un sistema que respetara la igualdad de expresión y los derechos de las personas. Dónde todo el mundo pueda desarrollarse a nivel personal, académico y espiritual a través de una reflexión libre sin que nadie pueda juzgarle. Una sociedad en la que aquellos que ostenten los puestos de importancia lo hagan sin implantar una sola creencia a aquellos a quienes deben proteger y salvaguardar. Maestros que actúen en las sombras para servir a la luz, que demuestren que solo unidos y ayudándonos los unos a los otros se podrían conseguir imposibles.
                -¿A qué te suena? –le preguntó otra voz a su espalda apuntándole la cabeza con un revolver.
                -Creo que habíamos dejado claro, –continuó la voz de una de los nuevos capitanes mientras su compañero de igual rango seguía apuntándole con el arma- qué si te volvías a acercar a él te enfrentarías a nosotros personalmente.
                -Por favor… no sé qué más hacer ni a quién acudir.
El joven dragón se acercó lentamente a ella y tras sonreír a los que un día fueron sus más aventajados aprendices, posó su mano en el hombro de la joven.
                -No hago esto por ti, ni por mí, ni siquiera por ellos o por los más de cien jóvenes sobre los que tu organización cargó hace tantos años y que solo yo y unos pocos protegimos. Quiero que te quede claro desde el principio, que hago esto porque yo no soy como vosotros –tras un silencio el dragón continuo-. Se avecina una serie de batallas, incluso posiblemente otra gran guerra, en la que esta vez yo no participaré. Las consecuencias de tus actos te han llevado a enfrentarte a esto sola y eso es algo que no le desearía a nadie. Dicho esto, mi consejo será quizá la mejor ayuda que tengas así que escucha atentamente. Tienes un rango mucho mayor del que tenía yo cuando comenzamos la revolución, úsalo. Se te brinda la oportunidad de cambiar las cosas, pues inténtalo con todo corazón. Da igual que toda la organización esté en tu contra, muestra convicción y confianza y sobre todo se transparente. Haz que tus pequeños aprendices tengan toda la información posible y enséñales a actuar haciendo siempre lo que crean correcto. Sé que son muy jóvenes pero serán tus mejores aliados en esta lucha, ellos dependen de ti y tú de ellos. Haz que vuestra unión sea vuestra fuerza. Suerte…
Sin decir una palabra más, la joven comandante del ejército real pudo ver como él joven dragón seguido de dos de sus más preciados aliados y amigos desparecían lentamente como si de polvo que el viento lleva se tratase. 
Y assí en las ruinas de aquel castillo, observando las marcas de garras en las paredes, la guerrera por fín se dió cuenta de lo que había perdido sin aun llegado a batallar.