martes, 23 de octubre de 2012

Erase una vez, una aventura.


La penumbra alumbraba mis ojos. Tonto de mi, por pensar que una sesión de relajación anterior, no supondría una serie de pagos y no precisamente monetarios. Como decía la oscuridad no tenía otra cosa mejor que hacer que impedirme la vista, mi voz había sido silenciada, y mis manos condenadas a estar unidas impedían cualquier tipo de movimiento. ¡AY! pero ingenuos organizadores todavía me quedaban dos de mis sentidos: El olfato y el oído.
Si puede parecer estúpido, pero solo con esos dos pude comprender que el principio de una gran aventura me esperaba. Tras identificar cada uno de los integrantes y el tipo de vehículo en el que me desplazaba, pude sentir dos sentimientos: El primero rabia, por no haberos visto venir, y el segundo gratitud por algo (en aquel momento no sabía que) que prometía bastante.
Cuando mis tres esclavos sentidos fueron liberados uno a uno, mientras una de las canciones más bonitas del mundo sonaba, la primera sonrisa se dibujó en mi cara. El recorrido, ya tan conocido nos adentró una vez más en mi querida ciudad. Recuerdos, en cada calle, en cada rincón. Y por fin cuando el reino de la luna llego a la pequeña población, la sorpresa tan esperada llegó, UN GRAN FESTÍN, no solo por sus manjares, si no por los integrantes de la mesa:
  •  Ella, la fuerza personificada, fuente de inspiración y a la vez de temor. Siempre le estaré agradecido, no solo por cada momento a su lado, si no por ser ella la estrella que protege a todo el gran grupo.
  •  Mi querido ingeniero, gran pensador, y consejero. Sin él, ¿qué tiene sentido? En cada aventura, NADA, pues él, es el único capaz de marcar la travesía.
  • Cómo no, mi compañero en esta gran aventura. También privado de sus sentidos por un tiempo, no dudó un segundo en mantener ese punto objetiva locura que nos hace tan especiales. Siempre efusivo, pero leal y fuerte.
  • El músico. No presente en el gran festín en forma física, pero como siempre sentido con el corazón. Muy importante para mi, pues es el que marca el ritmo de nuestros pasos, con un carisma e inteligencia inigualables.
  • El pequeño guerrero, gran conocedor de las artes marciales. Aparentemente inofensivo, pero de gran fuerza tanto física como mental. Siempre dispuesto a protegerte con esa sonrisa tan característica de él.
  • El experto tirador. Modesto, pues no reconoce su gran habilidad, pero puedo juraros por todos las sillas del mundo, que su puntería es envidiable. Él único capaz de ver las alegrías y los problemas desde lejos.
  • La capitana, la persona más fuerte de espíritu que conozco. Siempre digna de su rango, comprende a cada uno de los viajeros, y los apoya con todas sus ganas. Indispensable, pues el grupo no afrontaría ningún reto sin su apoyo, y sinceridad.
  • El domador de dragones. Siempre en pie, atento, y dispuesto a ayudar. El grupo no duraría ni 5 minutos frente a cada peligro, si faltara.
  • El investigador. Siempre con su voz tranquilizadora, capaz de sostener todo el peso de una montaña sobre sus hombros, sin perder ni un segundo su sonrisa.
  • El experto culinario. Sin él habríamos caído envenenados por cualquier tipo de sustancia, que aparentemente quitara la sed. Muy respetado, pues su aguante y sentido del humor, no se agotarán ni en un millón de “pues con coca-co…(no pongamos marcas por favor) estaría mucho mejor.
  • El hombre lobo. Fiel guardián del grupo. Siempre dispuesto a defender con uñas y dientes al grupo. Y aunque aún siga buscando algo por el mundo, debe saber que siempre tendrá esta manada a su lado.

Todos y cada uno de ellos pertenecientes a este grupo de aventureros, en el gran festín todos reunidos. Un gran festín que dio lugar a una gran celebración, que no duro veinte días y veinte noches no se porque, pues no sería por ganas, y su posterior  gran competición. Pero lo mejor de todo, y posiblemente lo que nos hace tan especiales, es que siempre estuvimos juntos. Pues el viaje no es lo más importante, sino quien te acompaña.


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