El sonido de las olas apenas le relajaba. El viento… su fiel
aliado se comportaba de manera extraña. La lluvia, liviana y lenta caía sobre
su rostro como si de pequeñas lágrimas se tratase. Se acercaba el momento. La
barca atracó en la playa con brusquedad. Antes de que el mensajero pudiera
recoger sus cosas y bajar, él había desaparecido.
La ciudad que nunca duerme se alzaba ante sus pies, él la
dominaba por completo, cada salto, cada atajo, cada edificio… ningún elemento
podía hacerle frente. Cada impulso, cada paso, cada descenso era perfecto, pero
él ni siquiera se había percatado de ello, solo corría y corría mientras la
lluvia se deslizaba sobre su castaño pelo empapado.
Con el viento abrió las puertas, y con la velocidad del lobo
se deslizó apresuradamente entre las habitaciones, en ese momento el decoro y
la educación le importaban una mierda. Solo quería llegar a su destino.
Torció a la izquierda, luego a la derecha y por fin al final
del pasillo la vio. Sin dudarlo se acercó y le miró a la cara. Los ojos de
aquella que había superado a la muerte en sendas ocasiones le dieron la
respuesta.
En silencio abrió la puerta y entró en la habitación… los
pitidos de la máquina se habían adueñado del lugar dejando como única compañera
una ligera y entrecortada respiración.
Su mano agarró con firmeza la de la durmiente guerrera. Lentamente
conteniendo sus lágrimas besó su mejilla mientras sus ojos verdes buscaban un
indicio de reconocimiento en una mirada vacía, desprovista de todo su ser, de
toda su fuerza.
Allí estaba ella, legendaria guerrera superando toda
esperanza. Demostrando que la voluntad de los humanos es la más fuerte de
nuestras virtudes, enseñando que jamás hay que dejarse caer, incluso cuando los
límites de nuestro cuerpo y mente no nos dejan continuar. Mostrando al mundo lo
que era ser una auténtica maestra.
Sonriendo como si fuera de nuevo un niño, apretó su mano
como hiciera años atrás y de entre su inmóvil rostro pudo entrever una sonrisa.
El tiempo se detuvo. Ya había experimentado ese fenómeno anteriormente, el
sonido de la máquina fue ralentizándose hasta detenerse, el color de la tierra
se tornó a gris, y todo el planeta se paró.
Levantó su mirada y sorprendido miró a la anciana sentada
frente a él.
-Has
venido una vez más.
-Cómo
dejarte…
-Has
estado toda tu vida cerca de mi… durante tu infancia, entre todos tus viajes,
aun estando en plena guerra siempre encontrabas un momento para venir a verme.
Incluso en estos últimos días has tenido el valor de estar a mi lado…
-Tú
hubieras hecho lo mismo.
-Mi
joven rebelde… mi aprendiz, mi capitán… mi pequeño…
-No te
vayas… por favor-dijo él dejando caer dos finas lágrimas.
-Mi
momento ha llegado, -le respondió la anciana mientras le acariciaba la mejilla
con una sonrisa- lo sabes. No volveré y tú seguirás adelante. No debes llorar… pues
nada debes temer o reprochar. Hemos pasado momentos maravillosos juntos, no hay
nada que no te haya enseñado y que tú no hubieras aprendido. Ignoro que depara
el futuro pero tú debes tomar las riendas ahora, eres el más fuerte de todos.
Eres el maestro. Mírate… eres su viva imagen, él estaría orgulloso de ti, estoy
segura.
-¿Cómo
hacerlo?
-Eres
un dragón… sabrás guardar y proteger a aquellos que en verdad valgan la pena.
Nunca olvides quién eres y para que luchas. –Lentamente notó un peso entre
ambas manos- Ahora ve y demuéstrales a todos de qué estás hecho muchacho.
El sonido de la maquina volvió a imponerse sobre el silencio
y lentamente el mundo volvió a girar de nuevo.
Lentamente
sus manos se separaron para siempre y tras un último beso, salió de aquella habitación sin percatarse de las
últimas palabras que su maestra pronunciaba al viento con una sonrisa: “Mi dragón, mi capitán, mi joven rebelde, mi
aprendiz, el maestro… mi pequeño…”.
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