La música dejó de sonar. Con la delicadeza de un padre posó
su instrumento en la pared y miró al cielo. La fresca brisa de la mañana y el
contacto de su piel con el sol, le hicieron suspirar. Había sido un día
agotador como todos los anteriores. Su aprendizaje cómo médico llegaba a su fin
y las responsabilidades cada vez eran mayores, pero además no podía dedicarse a
su música… su talento, tanto como le gustaría. Todo el día de un lado para el
otro, tratando con personas de todo tipo, manteniendo el tipo… sus principios.
Era agotador… pero al menos en esa pequeña azotea podía caer inmerso en la
música durante unos minutos.
-¡Vamos,
no me digas que ya estás agotado! –Al oír su voz, sonrió y se giró- Aún no es
ni la hora de comer.
-¡¿¡Cuánto
tiempo llevas ahí sentado!?! –le espetó con tono de enfado.
-¿Acaso
importa? Sonaba muy bien por cierto… ¿un nuevo tema quizás?
-Oh cállate
ya y dime a qué has venido. Tengo que… -la pequeña botella que calló en sus
manos le interrumpió.
-Bebe…
-le dijo el maestro bajo su capucha.
Y así pasaron unos minutos… sin hablar, solo bebiendo bajo
el cálido abrazo del sol, con toda la ciudad a sus pies. No hacía falta hablar,
después de tantos años con solo mirarse la cara eran capaces de comunicarse.
-¿Y
bien? –Dijo él rompiendo el silencio- ¿me lo vas a decir ya?
-Esa
melodía tenía muchísimo sentimiento, me recordaba a alguien…
-No pienso
hacer una canción sobre ti si es lo que quieres…
-No…
-contestó con el dragón con una sonrisa- no me refería a mí. Me recordaba a
alguien a quien le debo la vida. Una persona que conozco desde que era niño.
Valiente, sincero, responsable… una persona que me tendió la mano y cuya
lealtad jamás ha flaqueado. Alguien que no teme a nada ni a nadie, que no duda
en salir a pelear por mí aunque ponga en riesgo su propia vida. Uno de los
pocos hombres que conozco que aún lucha por un bien común y no por el propio interés.
A él le debo agradecer haber pasado tanto a mi lado y haberme permitido el
privilegio de corresponderle, para mí siempre será parte de mi familia.
-¿Quién?
-Tú,
estúpido… -le contestó con una sonora carcajada- No cambies nunca… no dejes de
tocar tu música, no permitas que tu corazón deje de dar al mundo tu humildad,
tu coraje y tu pasión. Eres fuerte, eres tenaz, eres leal, eres ese héroe que
yo jamás llegaré a ser. Así que compón lo que quieras pero que tu mejor melodía
siempre sea la que narre la vida de aquel joven artista que con su música es
capaz de curar el alma de toda la tierra.
Y sin decir más un golpe de viento se lo llevó, dejándolo solo
en aquella azotea, con la fresca brisa de la mañana, con el abrazo del sol… con
su música y su instrumento.
A Cristóbal por esos 24 añazos recien cumplidos. Gracias por estos 18 añazos de amistad inquebrantable.
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