La cálida brisa del sol jugueteó con su pelo como si de una
caricia de un padre se tratase. Su sonrisa era temerosa, llena de dudas, de miedos…
pero también de esperanzas. Lentamente ajustó su espada, comprobó su carcaj y
su arco, y revisó sus provisiones y su armadura de viaje con capucha. Ella no
pertenecía a ningún credo, no era seguidora de ninguna facción, no se
preocupaba por las disputas por poder o control, ella solo era una caminante
solitaria. Siempre había sido así. Todo lo que había conseguido era fruto de su
dedicación, de su esfuerzo, de su propio entrenamiento. Ella era capaz de
enfrentarse al más fuerte de los enemigos, al más difícil de los obstáculos…
siempre los superaría, lo sabía… no necesitaba contactos, dinero o promesas
vacías de un futuro mejor, pues su presente y su futuro se lo habría labrado
ella misma.
Muchas cosas habían pasado desde su llegada a aquellas
tierras del norte. Su tripulación, sus viajes, sus pruebas, sus nuevos amigos…
mil y una aventuras, mil y una historias por recordar. Y allí estaba ahora, a
punto de cruzar la frontera de aquella salvaje, dura, indomable pero
maravillosa tierra. En parte, ella estaba hecha para ese lugar, fuerte como las
olas de sus mares, resistente como sus altas y robustas montañas, libre cómo
sus cambiantes vientos. Pero entonces… ¿por qué irse? ¿Por qué no quedarse?
-Por
favor… -la voz del guardia le devolvió a la tierra- sería tan amable de
presentarme su documentación…
Aun asimilando sus palabras le tendió su identificación.
-Su
barco le espera en el puerto dieciséis… –una
ráfaga de viento le revolvió el cabello de nuevo- tiene solo unos minutos.
Lánguidamente cubrió el rostro con su capucha de viaje y con
una rapidez digna de su habilidad se mezcló con la multitud. En apenas unos
segundos encontró su barco. Grande, majestuoso, resistente…
Con un suspiro se concentró y su corazón redujo sus
pulsaciones, sus músculos se relajaron, era el momento. No mostró titubeos ni
dudas al embarcar. Apenas unos segundos después escuchó el grito del navegante.
-¡Soltar
amarras! ¡Zarpamos!
Las velas se abrieron pesadamente, la madera chirrió, y el
barco comenzó a moverse con velocidad. Ella, sentada sobre el mascarón miró de
nuevo aquella maravillosa tierra y entonces les vio. Él con la brillante y verde
armadura del dragón. Ella, con su dorada coraza con forma de león. Sentados sobre la arena de la playa, observándola en silencio bajo su capucha
blanca con una sonrisa. Y en ese momento recordó, que se iba porque iba a
formar parte de los mejores del mundo, porque su deber era seguir avanzando,
educar a personas libres para que con inteligencia y astucia tengan el
valor de luchar por la lealtad a sus propios principios y por las personas que
aman. Su deber era convertirse en la maestra de maestros, y para ello solo
había un lugar dónde encontrar la oportunidad.
Una fuerte ráfaga de viento golpeó las velas e impulsó el
barco con fuerza e intensidad y así y solo así, ella la hija del sol, la
guardiana de la libertad, zarpó para demostrar al mundo que aún hay esperanza
de lograr un mundo mucho mejor. Ella misma educaría dicha esperanza.
A Lucía para que no olvides lo más importante para esta aventura.
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