El sonido de las gotas de agua contra el suelo, le hizo
levantar la mirada. Su capucha ya empapada le pesaba, la echó hacia atrás, y
levantó su cuello cerrando los ojos. Cada gota era un golpe de frescura que
acariciaba su cara. Tan absorto estaba allí en medio, sentado… disfrutando de
aquel maravilloso tiempo, que no se
percató de la joven muchacha que paseaba por la empedrada calle.
Solo escuchó el sonido sordo de sus tacones, cuando la
muchacha se encontraba casi a su lado. Sus ojos se abrieron lentamente y la
analizaron automáticamente. Llevaba una gabardina negra con pelo aparentemente
de animal, medias oscuras, zapatos negros, y un pequeño gorro negro de piel.
Cualquiera que les viera… seguramente daría media vuelta asustado… él con su
armadura de capucha blanca tirado en la acera, empapado, y ella con su piel
blanca como la nieve y su negro atuendo de piel bajo un paraguas.
-¿No te
resguardas de este horrible tiempo? –preguntó ella.
Tenía una voz suave y tranquilizadora, pero a la vez…
triste. Se notaba que había sufrido, o… ¿le habían hecho sufrir?
-Este
tiempo es fabuloso.
-Ya
veo… odias el sol…
-¡¡No
odio al sol!! –Exclamó el capitán con una carcajada- Pero jamás odiaré la
lluvia.
-¿Y eso
porque? La lluvia oscurece el corazón de los hombres, es fría, es melancólica, desborda
ríos, priva a la tierra del cálido abrazo del sol…
-También
nutre nuestra tierra, nos ayuda a camuflarnos, y da agua a aquellas personas
que no suelen tenerla todos los días. La lluvia… salvó a mi tripulación hace muchos
años, la lluvia… nos ocultó, la lluvia… la lluvia… hay momentos en el que solo la frescura de las gotas de lluvia me hace
sentir que estoy realmente vivo. La lluvia es uno de nuestros bienes más
preciados.
Sus ojos verdes buscaron y encontraron los azules de la
muchacha. Le miraba sorprendida, y al tener contacto ocular tan evidente, se
sonrojó.
El capitán se levantó, y sin guardar un segundo la abrazó
con fuerza. Ella emitió un grito de asombro, se quedó rígida. Y así se quedaron
durante unos largos minutos… abrazados… el paraguas en el suelo, y la lluvia
cubriendo el abrazo más especial del mundo.
-Se quién
eres, –susurró el joven capitán. La muchacha emitió otro leve gemido de
asombro- gracias por todo. Ahora seré yo quien te conceda tu deseo más
preciado.
Lentamente se separaron. Ella le seguía mirando sonrojada. El
capitán desenfundó su espada… sus ojos verdes la miraron con tristeza. Su
movimiento fue rápido, su brazo emitió un corte y una ráfaga de viento ascendió al cielo. Una
porción de nubes se desintegró haciendo entrar un cálido rayo de sol.
-¡¡AHORA!!-Exclamó
el capitán- ¡¡UTILIZA TU PODER PARA MANTENER LAS NUBES ALEJADAS DE ESE PEQUEÑO
AGUJERO!!
La muchacha levantó sus brazos hacia el cielo. El azul de
sus ojos se extendió por su cara, sus brazos… sus manos.
El capitán soltó una sonora carcajada… ella sonreía… un rayo
de luz solar estaba iluminando su blanco rostro. Se mantuvo así durante unos
minutos, pero su poder acabó por ceder frente a la fuerza de la naturaleza. Las
nubes volvieron a cubrir la pequeña abertura en el cielo, había logrado
controlar el poder de su corazón.
-Lo he…
¿logrado?
-Es
evidente que sí. –Respondió el capitán- Te acabo de demostrar como tu corazón
es capaz de controlar tu poder. Jamás estés triste preciosa, pues hasta tú
tienes derecho a disfrutar de un poco de calidez.
La muchacha le cogió de la mano, y beso su mejilla sonriendo.
Él la miró, y fijó su atención en el objeto que ahora colgaba de sus dedos.
-Debo
irme –dijo echando a correr y desapareciendo entre las gotas que caían del
cielo.
El capitán se quedó observando el objeto durante unos
segundos.
-¿Qué
te ha dado esa chica capitán? –preguntó la voz de su navegante.
El capitán se giró sonriendo, y le mostró la brillante lágrima
de cristal.
-¿Una
joya? –preguntó ella extrañada.
-No… su
corazón.
El capitán miró al cielo, y aun sonriendo bajo las pequeñas
gotas de agua, sus labios susurraron viento, un viento que decía: “Adiós y gracias mi querida… Lluvia”.
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