Los integrantes del gran salón charlaban alegremente. La
fiesta era espléndida, elegante, incomparable. En uno de los laterales de la
gran sala, la orquesta daba paso a la maravillosa melodía, en el centro del salón, las parejas bailaban
al son de la música. Todos se divertían… todos salvo el joven heredero de
aquellas tierras. Sentado en su trono, aquel joven era todo lo que las damas
pedían, un caballero educado y bien pertrechado.
Sus ojos verdes miraban con aburrimiento la maravillosa
danza… los bailarines se miraban como si de una novela romántica se tratara.
Una joven noble se acercó tímidamente, y le alargó la mano. Era de las más
bellas de la sala sin duda, ojos amarillentos, y un atrevido vestido rojo
acompañado con las perlas más brillantes del mediterráneo.
El joven señor se levantó, y tras disculparse bajó las
escaleras. Todos aquellos que no bailaban en la sala murmuraron. “Es la octava que rechaza esta noche”
decían. Sus pasos fueron lentos pero seguros, evitando la decepcionante mirada
de sus progenitores ante tal osadía, se dirigió al parque del castillo.
Sin dudarlo abrió la gran puerta de cristal, y suspirando se
apoyó en la blanca barandilla de piedra. La música aún se oía, pero al menos
allí había aire puro, y tranquilidad. Además no soportaba ese tipo de
celebraciones, donde personas que ni siquiera conocía exponían ante él a sus
hijas con la esperanza de lograr un buen trato entre familias… No lo aguantaba…
él no era una mera figura de cristal de
colección.
Tan ensimismado estaba mirando el cielo nocturno que no se
percató de la llegada de la sirvienta.
-¿El
señor desea algo?
Él se giró sorprendido. Allí no había ninguna sirvienta…
solo veía a su querida amiga. Vestía la indumentaria del servicio, un vestido
negro, delantal blanco, y una trenza que le recogía el pelo. El joven soltó una
sonora carcajada.
-¡¡Tienes
que verte!! En serio, tendría que tener un espejo para que vieras como vas.
-Si el
señor gusta, iré a por uno.
-Deja
de llamarme señor. Nos conocemos desde hace ya un par de años, y siempre hemos
sido amigos…
-Lo se…
-contestó ella bajando la voz- pero… la fiesta…
-La
fiesta no es más que una estupidez para emparejarme. ¿Por qué no me dejan
elegir con quien quiero ser feliz?
-Porque
usted es un noble, y como noble que es, debe perpetuar la sangre de su familia
con otra gran casa. Acuérdese de las lecciones del maestro debe ser educado,
leal, fuerte, honorable, debe mos…
-Exacto
–interrumpió él- ambos hemos estudiado juntos. Nos hablan de libertad pero
existen sirvientas y nobles, nos hablan de igualdad pero yo vivo en un castillo
y mientras que muchas familias mueren de hambre, nos entrenan para la lucha
pero no nos llaman a la guerra, nos hablan del mundo y sus maravillas pero no
podemos viajar.
-Hachi…
-dijo la joven mirándolo con admiración.
-Estoy harto Tema.
-No podemos hacer nada… -dijo
ella bajando la voz- son nuestras obligaciones. ¿Desea algo más el señor?
-Solo
una cosa más… -Su brazo le rodeo la
espalda, y la atrajo para sí. Él notaba su presencia cerca, su olor, su mirada,
su abrazo… sus labios se fueron acercaron poco a poco. Ella temblaba, cuando en
el último momento él habló- concédeme este baile.
…
Las puertas del patio se abrieron, una nueva melodía
comenzaba, la multitud les abría el paso, sus manos entrelazadas hacían que los
invitados murmuraran. El baile dio comienzo y sus dos discípulos, bailaban como
una pareja más. El maestro se apoyó en la columna, él… traje negro de gala, y
unos ojos verdes que no dejaban de mirarla, ella… vestida con las ropas del servicio
bailaba cohibida, pero en sus ojos azules y su sonrisa, la felicidad no hacía
más que crecer. La melodía terminó, y el joven señor llamo a los guardias.
-Prepararme
dos caballos, mis ropas de viaje, mi armadura, mi espada, y una bolsa con cien monedas
de plata. YA.
El salón entero calló, incluidos los señores del palacio. Todos
y cada uno miraban al joven heredero con confusión y temor.
Minutos después todos los invitados no pudieron fijar sus miradas en sendos
caballos, que se alejaban junto con dos jinetes envueltos entre capuchas de
viaje.
Nadie saber decir a ciencia cierta qué pasó con los jóvenes
jinetes. Pero lo que sí que perduró de generación en generación fueron las
palabras de su maestro antes de ser condenado a muerte por el propio señor.
“Usted me pidió que como
un hombre de mundo que soy, convirtiera a su hijo en un auténtico hombre del
que sentirse orgulloso. Si en verdad quería un cobarde habérmelo dicho, y lo
habría educado como tal. Así que puede matarme aquí por cumplir con mi trabajo”.
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