Un frio viento despeinó su castaño pelo. Aunque hacía sol,
aquella mañana en el cementerio hacía frio. Hacía mucho que debía haber
llegado, la tumba seguía igual, pero había tardado mucho en volver. Su mano se
cerró, y una pequeña llama azul rodeó su puño… incluso después de tantos años, seguía
enseñándole a ser mejor. Sin duda aún le quedaba mucho para superarlo… para
igualarlo.
Una sombra se posó en una tumba cercana. Allí estaba por
tercera vez, barba blanca, túnica gris, y ojos amarillos bajo la sombra de una
capucha gris, el mago elemental del tiempo.
-¡Así
que aquí es donde descansa el maestro del famoso y osado capitán pirata! –exclamó
estudiando su rostro.
-Como
te atrevas a dañar esta tumba, morirás…
-No, no
me serviría más que para enfadarte levemente, dejemos a los muertos con su
descanso. Prefiero… centrarme en los
vivos.
-No
tengo tiempo para tus tonterías, aún quedan viejos enemigos a los que derrotar,
ya han escapado bastante.
-Tiempo…
-comenzó el anciano- es irónico que tú precisamente me hables de tiempo a mí,
que soy el dueño del propio tiempo. Me sorprendes capitán, cuando te vi por
primera vez supe que eras un hombre de honor, pero jamás he encontrado a nadie
tan atrevido como para volverse en contra de los designios de un mago
elemental.
-¿Designios?
–Preguntó el capitán con asco- No eres nadie para decidir en la vida de las
personas, yo soy un hombre libre, y jamás me dirán que debo y no debo hacer. Y
me da igual si eres mago, héroe, o un Dios, jamás aceptaría ninguno de tus “designios”.
El anciano lo miró sin mudar la expresión. Los ojos
amarillentos, penetraron en los verdes del capitán. ¿Qué se suponía que estaba
haciendo?
-Sinceramente
–comenzó- cuando te atreviste a estallar el reloj de arena, no supe si estabas
loco, o simplemente no tenías nada que perder. A día de hoy, no puedo ni quiero
la respuesta, pero lo que si se es que alguien como tú es peligroso, para
mantener el orden.
-Más
bien para mantener esclavizada a medio mundo… ¿qué te han prometido mis
enemigos?
-Yo,
por la autoridad de mi rango como mago, te adjudico tu condena capitán.
El anciano levantó el brazo, un rayo entró en contacto con
él dejándolo solo de nuevo. El capitán miró a la tumba de su maestro, y
comprendió.
Sus pasos eran firmes, y decididos. El viento, azotaba todo
el pueblo… bajo su capucha, sus ojos
solo fijaban la ruta más rápida, mientras su cuerpo y su poder obedecían.
Abrió la puerta de una patada… y un escalofrío recorrió su
espalda al verlos allí. El temido mago del fuego tirado en el suelo, y ella acariciando
su pelo como hacía años atrás. Él le miro con odio y confusión, ella le dirigió
una tierna y triste sonrisa.
-Ha
vuelto… -dijo ella- pero… podré vencerlo de nuevo, os lo prometo a los dos. Si
pude una vez, podré por segunda vez.
El capitán se apoyó en la pared. Había sido cosa del tiempo,
“Dejemos a los muertos con su descanso”
había dicho… y ahora había comprendido el verdadero significado de sus palabras
“Para no dejar dormir a los vivos”.
Lentamente se levantó, y dirigiendo su vista a su barco
anclado en el puerto, pensó “Has usado el
sufrimiento de otros para atacar…”.
Lo último que se oyó de él antes de
perderlo de vista entre un auténtico huracán fue:
-Atraparé
al propio tiempo con mis manos. Salgo de caza...
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