Sus gritos se escuchaban en todo el barco, pero nadie se
atrevió a entrar en el camarote del capitán. Había llegado apoyado en un
guardia, y sin hablar con nadie se metió en el camarote. Sus músculos estaban
agarrotados, de sus manos salían pequeñas chispas eléctricas, y su pecho cada
vez le ardía más y más.
Cuando las gotas de sudor comenzaron a caer sobre suelo, la
vista nublaba sus ojos verdes, y sus rodillas tocaron pesadamente el suelo, expulsó
el último de los gritos, un grito aterrador, lleno de tristeza, de rabia, pero
también acompañado de poder.
En ese momento en el que su garganta no podía explicar el
dolor de su interior, una blanca figura se adentró en el camerino
silenciosamente. Portaba una gran barba y un negro atuendo con el símbolo de
los magos elementales a la espalda.
-¡¡Tú!!
Te vencí, no puedes estar vivo… dañaste a personas inocentes, y pagaste por
ello.
-Cierto…
-respondió él con voz melancólica- me cegó el odio, el orgullo, y la confusión, pero deja que este perdedor te diga algo antes de partir para siempre.
Lentamente se acercó... posando la mano en su pecho, le miró
a los ojos, y el fantasma comenzó a llorar.
-Puedo
sentir tu dolor capitán, te arde, te duele… puede que mis actos merecían este
final, pero cuando te di el reloj del que renegaste, no te mentí, has luchado
suficiente por los demás… tu virtud, es tu mayor defecto querido campeón, tu
fuerza es tu herida, tu fuente de poder puede ser tu limite también. Podrás
controlar este nuevo poder estoy seguro, pero el ardor no desaparecerá tan fácilmente…
El anciano le miró bajo su negra capucha, y sonriéndole aun
con lágrimas en los ojos desapareció no sin antes soltar un pequeño papel.
Arrastrándose, y estirando el brazo agarró el pequeño trozo
de papiro, el cual con letra curva decía:
Todo el tiempo es para
ti ahora, úsalo bien.
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