Las vendas recorrían todo su cuerpo tapado por las blancas sábanas, le dolía todo con solo moverse. Entre la oscuridad de su camarote pudo distinguir el contorno de una figura. Un hombre bajo una armadura de capucha blanca similar a la suya colocada en la percha a pocos metros de su cama, se acercó. Mostraba una poblada barba y una larga melena, pero aun así, desde la cama pudo distinguir una expresión de lástima en su rostro.
-He
vuelto…
-Yo no
te he permitido eso –cortó su ronca voz entre las vendas.
-¿Te
puedo decir algo? –Tras el gesto afirmativo continuó- ¿No te avergüenza no
dejar volver a la hermandad a bordo?
-Pluma
y papel… -pidió pesadamente.
El segundo de a bordo obedeció, y observó como el joven
magullado se incorporaba lentamente. Su cuerpo emitió una pequeña descarga
eléctrica mientras comenzaba a escribir, aun no era capaz de controlar ese
nuevo poder. Durante unos minutos el capitán escribió, en silencio… sin
levantar la vista del papel.
-Toma
esta carta, y haz lo creas oportuno –dijo entregándole el pequeño sobre.
-He
venido también a renunciar de…
-Lo sé
tranquilo… puedes irte tranquilo.
Cuando sus pasos tocaron la selva de la isla, el barco aún
se veía entre los árboles, pero no pudo evitar pararse y abrir el sobre.
“Escribo estas líneas
como consecuencia de los acontecimientos recientes en mi tripulación. Largo
tiempo ha pasado desde que llevé a cabo una de las más dolorosas decisiones como
capitán de la tripulación, reducir el número de tripulantes. Como capitán del
barco, máximo responsable de la tripulación, y líder o maestro de este pequeño grupo, me
guardo el derecho de decidir sobre cuál es el mejor rumbo a tomar. En ningún
momento he dejado de luchar por mi tripulación, y créanme que estoy lejos de
hacerlo. Pueden llamarme soñador, pueden llamarme iluso, o tacharme de
impulsivo o de extremadamente honesto, pueden gritar a los cuatro vientos lo
que les parezca, pero lo que nunca he consentido, consiento, y consentiré es
que se cuestionen los resultados de mi esfuerzo, el cual sin ninguna duda ha
levantado una tripulación que estaba prácticamente muerta. Como capitán jamás
consentiré que se cuestione mi vocación o la formación de mi tripulación. Y por
supuesto jamás consentiré que nadie se atreva a insultar o maltratar a mis
tripulantes en mi presencia.
La hermandad cometió
el error de cuestionar su formación, alegando la estúpida idea de dar mayor
importancia al saber que al ser, no sin antes lanzar el peor de los perjuicios.
Como humano suelo reconocer mis errores, y en este caso no he sido yo el que ha
obrado erróneamente.
Por eso, sin avergonzarme
ni lo más mínimo, mantengo mi posición, y la seguiré manteniendo hasta que los “grandes
pensadores”, se den cuenta de quien ha sido realmente quien ha perdido la
razón. No busco batallas, no busco daños, solo quiero que se nos de la justicia
que sin duda esta tripulación merece…”
Había comenzado a llover… pero sus ojos pudieron visualizar
la joven figura del barco. El joven capitán miraba al cielo, mientras las gotas
acariciaban su rostro, a sus pies, la armadura que su segundo de a bordo ya no
quería portar. Del interior barco los jóvenes tripulantes salieron y observaban
a su capitán, ninguno se acercaba, y él solo miraba al cielo lluvioso. En un
instante, allí entre los árboles se sobresaltó, la lluvia había formado una
figura… una figura que ahora abrazaba al capitán como símbolo de amistad…
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