martes, 3 de junio de 2014

La nueva era


Las vendas recorrían todo su cuerpo tapado por las blancas sábanas, le dolía todo con solo moverse. Entre la oscuridad de su camarote pudo distinguir el contorno de una figura.  Un hombre bajo una armadura de capucha blanca similar a la suya colocada en la percha a pocos metros de su cama, se acercó. Mostraba una poblada barba y una larga melena, pero aun así, desde la cama pudo distinguir una expresión de lástima en su rostro.
                -He vuelto…
                -Yo no te he permitido eso –cortó su ronca voz entre las vendas.
                -¿Te puedo decir algo? –Tras el gesto afirmativo continuó- ¿No te avergüenza no dejar volver a la hermandad a bordo?
                -Pluma y papel… -pidió pesadamente.
El segundo de a bordo obedeció, y observó como el joven magullado se incorporaba lentamente. Su cuerpo emitió una pequeña descarga eléctrica mientras comenzaba a escribir, aun no era capaz de controlar ese nuevo poder. Durante unos minutos el capitán escribió, en silencio… sin levantar la vista del papel.
                -Toma esta carta, y haz lo creas oportuno –dijo entregándole el pequeño sobre.
                -He venido también a renunciar de…
                -Lo sé tranquilo… puedes irte tranquilo.
Cuando sus pasos tocaron la selva de la isla, el barco aún se veía entre los árboles, pero no pudo evitar pararse y abrir el sobre.
Escribo estas líneas como consecuencia de los acontecimientos recientes en mi tripulación. Largo tiempo ha pasado desde que llevé a cabo una de las más dolorosas decisiones como capitán de la tripulación, reducir el número de tripulantes. Como capitán del barco, máximo responsable de la tripulación,  y líder o maestro de este pequeño grupo, me guardo el derecho de decidir sobre cuál es el mejor rumbo a tomar. En ningún momento he dejado de luchar por mi tripulación, y créanme que estoy lejos de hacerlo. Pueden llamarme soñador, pueden llamarme iluso, o tacharme de impulsivo o de extremadamente honesto, pueden gritar a los cuatro vientos lo que les parezca, pero lo que nunca he consentido, consiento, y consentiré es que se cuestionen los resultados de mi esfuerzo, el cual sin ninguna duda ha levantado una tripulación que estaba prácticamente muerta. Como capitán jamás consentiré que se cuestione mi vocación o la formación de mi tripulación. Y por supuesto jamás consentiré que nadie se atreva a insultar o maltratar a mis tripulantes en mi presencia.
La hermandad cometió el error de cuestionar su formación, alegando la estúpida idea de dar mayor importancia al saber que al ser, no sin antes lanzar el peor de los perjuicios. Como humano suelo reconocer mis errores, y en este caso no he sido yo el que ha obrado erróneamente.
Por eso, sin avergonzarme ni lo más mínimo, mantengo mi posición, y la seguiré manteniendo hasta que los “grandes pensadores”, se den cuenta de quien ha sido realmente quien ha perdido la razón. No busco batallas, no busco daños, solo quiero que se nos de la justicia que sin duda esta tripulación merece…

Había comenzado a llover… pero sus ojos pudieron visualizar la joven figura del barco. El joven capitán miraba al cielo, mientras las gotas acariciaban su rostro, a sus pies, la armadura que su segundo de a bordo ya no quería portar. Del interior barco los jóvenes tripulantes salieron y observaban a su capitán, ninguno se acercaba, y él solo miraba al cielo lluvioso. En un instante, allí entre los árboles se sobresaltó, la lluvia había formado una figura… una figura que ahora abrazaba al capitán como símbolo de amistad…

No hay comentarios:

Publicar un comentario