El frescor del verde campo
acariciaba su sonriente rostro, y el atardecer teñía el cielo de naranja,
mientras que su rey, el sol, descendía más y más en el horizonte. Nadie se
había percatado de la pequeña figura bajo el árbol… soñozaba hundiendo la
cabeza bajo sus brazos.
Lentamente observó al joven que
ahora se había sentado a su lado. Llevaba una armadura con capucha blanca, y
estaba lleno de vendas y heridas aun por curar, pero aun a pesar de eso sus
ojos verdes le miraron con ternura.
-No
hay esperanza… -dijo ella lanzándose a sus brazos.
-Es
cierto… -ella le miró sorprendida por la frialdad de sus palabras- ya nadie
cree en la fuerza de los sentimientos. Los humanos somos así, nos aferramos a
la comodidad, a la costumbre, ya no luchamos por lo que amamos, solo queremos
seguir una vida en la que cosechemos poder, dinero, y disfrute personal. En este mundo ya no hay cabida para personas
que luchen por los demás, se persigue a los guardianes y protectores, a veces
por envidia, otras por miedo, o simplemente por la falta de rentabilidad.
Sus lágrimas volvieron a brotar… él
la abrazó con fuerza… ella se sonrojó, ¿quién era aquel extraño joven?
-Pero…
-comenzó él sin soltarla- siempre queda esperanza… solo tienes que saber dónde
buscarla…
Cuando ambos se separaron, pudo ver
a que se refería. Una niña estaba apoyada en el puente mirando el atardecer con
una expresión perdida, había llorado, sus ojos estaban enrojecidos. Lentamente
tras de sí, un joven de su misma edad se acercaba en silencio, él parecía
dudar, pero al cabo de unos segundos se quitó su sombrero, y con una sonrisa en
el rostro, sus labios besaron a su amiga. Ella sorprendida le miró, pero antes
de que pudiera reaccionar, él ya la abrazaba…
El capitán se levantó, y ya bajo su
capucha le habló:
-Siempre
queda esperanza… por mucho que se persiga, por mucho que se niegue, por mucho
que se intente destruir, siempre habrá alguien que se guiará con su corazón…
-Y…
¿Quién eres tú? –preguntó la joven rubia de ojos anaranjados.
-Solo
soy un simple capitán… mi pequeña y anaranjada amiga -dijo antes de iniciar su
marcha.
Ella observó su figura alejarse, y
sonrió para sí antes de desaparecer, “Ahí va un digno guardián
que no se digna a perecer”.
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