El pueblo estaba en silencio. Lentamente abrió los ojos y
observó a su alrededor. Todos los soldados reales le rodeaban apuntándole con
sus espadas. Olía su rabia, sentía su odio…
Poco a poco comenzó a notar cómo la húmeda y fría lluvia
afectaba a su poder, sus llamas se estaban apagando. Pero él era el mago del
fuego, pensaba una y otra vez. No podía perder contra tan bajos enemigos, su
deber era luchar contra la corrupción y la injusticia, no… no lo permitiría.
Miró al cielo una vez más y cerrando los ojos suspiró al
sentir las gotas de lluvia caer sobre su rostro. Poco a poco asumió de nuevo el
control y transformó su corazón en piedra. Al abrir los ojos, ya no había
sentimientos que le frenaran, no había clemencia ni piedad en su corazón.
Esquivo el primer ataque y hundió la cara del atacante contra
el suelo resquebrajando la roca. No dudo ni un segundo en despacharlos uno a
uno, los encerró en un círculo de fuego, invocó a los espíritus del fuego,
conjuró espadas y arcos de flama, incluso llegó a levantar todo un muro de
llamas. Daba igual cuantos fueran o cuantas veces le atacaran, él siempre
lograba detenerlos. No le importaba ser uno contra un millón, o llevar días
así, luchando… sin comer, sin dormir, sin tregua alguna. Pero… ¿por qué no los
hacía retroceder? ¿por qué no se retiraban? Pronto su poder se acabaría y sería
su final.
El estruendo de la explosión le hizo temblar… el muro de
llamas había estallado, su poder se había terminado. Sus rodillas tocaron
pesadamente el suelo, su visión era borrosa, y no oía más que un zumbido. No le
quedaban fuerzas… pensó mientras escupía sangre y observaba todo el ejército
real a dispuesto a matarle. Ni siquiera aquel que había dado la orden, estaba
allí para presenciarlo… ¿Acaso no era él un rival digno?
-Vamos…
-dijo uno de los soldados con expresión burlona- pide por tu vida. Quiero oírte
suplicar.
No… no se diría de él que había pedido compasión. Hincó una
de sus rodillas y su mano se apoyó en la otra. Tenía que levantarse, una vez
más. Sintió cómo la frescura del viento le revolvía el cabello, y fue entonces
y solo entonces cuando lo escucho en lo más hondo de su corazón: “estoy en
camino…”. Sorprendido abrió los ojos. Había sido él, estaba seguro, su gremio
aparecía cuando más lo necesitaba.
El interior de su corazón de piedra comenzó a arder. No
podía soportarlo, tendría que dejarlo salir… y sin percatarse de las cientos de
espadas que se dirigían hacia él, llamó al dragón del fuego.
Su cuerpo se elevó y el estruendo de sus alas llameantes
hizo retroceder a sus enemigos. Desde el aire, se impulsó en picado contra el
suelo. Concentró toda su energía y con su pierna golpeó con furia el suelo. La tierra tembló,
toda la piedra se resquebrajó unos cincuenta metros a la redonda dejando
emerger grandes llamaradas del mismo centro del planeta. Sus brazos tomaron la
fuerza del dragón del fuego y con un golpe seco encerró a toda la armada en una
gran bola de fuego.
-¿Qu…
qué se supone que eres tú? –oyó decir a un soldado herido desde el suelo.
-Nada que
no os merezcáis… -le respondió con frialdad- la bola desaparecerá en unos
minutos, dile a tu general que ahora voy a ser yo quien le va a dejar fuera de
combate para siempre.
Y dirigiéndose a la pared de fuego sonrió antes de
desaparecer. Estaba seguro que había oído a su hermano de escudo en su corazón.
Podrían estar separados, pero la llama de su gremio jamás se apagaría.
Y fue así y solo así como el mago del fuego recordó que no había
nadie más fuerte que él. Seguiría cumpliendo su deber no solo por él, sino por
el bien de todo el planeta.
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