miércoles, 10 de agosto de 2016

Los huevos de dragón



La intensa caricia del sol alumbró su rostro. Sus ojos pudieron ver desde su ventana al mensajero salir con desenvoltura. Sonrió. Muchas cosas habían pasado desde el último ataque. La derrota de los capitanes, sus superiores intentando tapar  toda la corruptela, su rebelión, la vuelta del dragón, su última victoria, la caída de la anciana comandante y la desaparición de ese poderoso caballero del dragón… si, nadie diría que ellos serían capaces de hacer frente a aquella que consiguió derrotar al capitán y vencer. Desde aquel día todo había sido diferente, la armada real era un nido de corrupción e injusticia y las filas comenzaron a amotinarse y desertar. Durante todos esos meses había decidido seguir por su cuenta, con sus fieles aliados, pues para ello habían sido educados, para navegar en libertad.
Habían vivido multitud de cosas y habían intentado encontrar al dragón pero las circunstancias y los resquicios de resistencia por parte de la nueva guardiana de la puerta no habían hecho fácil seguir dicho objetivo.
Para más inri, los rumores sobre su paradero eran confusos. Se decía que había entrado en el más grande de los ejércitos rebeldes, que había luchado contra entes de la propia naturaleza, que su maestra había caído, que se había arrancado el corazón de cuajo, incluso se rumoreaba que había dejado aquellas tierras y se había dirigido al pueblo llano, capital de los más grandes guerreros libres de la historia.
Pero ella no se rendiría, ya no era la misma de antes. Había perfeccionado todas sus habilidades. Era capaz de mezclarse con la gente y hacerse invisible, de captar conversaciones que nadie oiría, de curar heridas capaces de llevar a la mismísima muerte a los hombres. Su fuerza y su poder se había acrecentado hasta límites insospechados, ahora si podía formar su propia tripulación y enfrentarse al mundo sin ayuda de nadie. Una nueva generación de grandes capitanes había nacido de las cenizas de cien fénix, y ella sería la buena prueba de ello.
El viento abrió la ventana con fuerza y un rayo la golpeó en el pecho haciéndole caer dos metros más allá. Una mirada bastó para evaluar la  situación. Sus brazos y sus manos mostraron al agua el camino para entrar en sus aposentos y apagar la bola de fuego azul que se dirigía hacia ella. Sin dudar un segundo saltó por la ventana y aterrizó en la playa. El oscuro caminante movió su bastón e invocó al tornado. Con su voz conjuró la fuerza del mar y una ola se fundió con el extraño ataque formando un torbellino. Sin pensarlo dos veces dirigió su ataque contra el caballero negro y fue entonces cómo bajo su atuendo pudo ver un destello verde en sus ojos. El caballero clavó su bastón en el suelo e invocó una gran bola de fuego fatuo. Era demasiado tarde, el torbellino había engullido la bola de fuego azulado.
De entre la niebla causada por el agua y la arena levantada en la lucha, pudo ver su sombra usando el viento para abrir la gran masa de agua y redirigirla contra las rocas. 
                -Bien hecho capitana… tienes la fuerza de un dragón.
Su cara de sorpresa hizo que el dragón soltara una sonora carcajada. No portaba su armadura, ni su atuendo con capucha blanca, solo una andrajosa capa negra que ocultaba otras oscuras ropas y un bastón de madera negra casi tan alto como él.
                -Pero si acabo de mandar a un…
                -Mensajero –le interrumpió él sacando los huevos de dragón de debajo de la capa- sí, lo sé. Muchas gracias por recordarme quien soy… nos veremos pronto. Lo prometo.
Y un golpe de viento se lo llevó. Dejando una pequeña nota en la arena:
Cada dragón tiene muchos tesoros que proteger, gracias por ser uno de los más importantes

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