El camarote recién ordenado había recuperado toda su
elegancia, le había costado lo suyo conseguirlo, pero por fin una vez más
estaban preparados. Unos ligeros golpes en la puerta devolvieron al capitán a
la tierra, cuando esta se abrió, una mujer entró en el camarote. La antigua
dueña del barco se encontraba ante él ¡Cómo se podía atrever, a presentarse
ahora! Hacía tiempo que había demostrado lo que significaba el barco para ella.
Si, el capitán lo recordaría siempre. Como los había abandonado en el momento
en el que la necesitaron, como había desaparecido sin dejar rastro, ni
explicación, y como nuestro capitán tuvo que sacar del peligro a su
tripulación.
-Vengo a reincorporarme
en mi antiguo puesto.- Dijo con voz dulce.- Así que ahora, yo vuelvo a estar al
mando. Puedes retirarte e informar a la tripulación.
El capitán sin moverse, sonrió.
-¿Sabes lo que la
tripulación ha hecho, en cuanto han vuelto a subir al barco?
-No, ni me importa
la verdad, ahora ¡cumple la orden!
- Nada más subir,-
continuó el capitán- me dieron un abrazo. Con tú marcha en mitad de la guerra,
yo tuve que asumir el mando del barco, y cumplir como deberías haberlo hecho tú.
Nos enfrentamos a barcos que podían haber acabado con todo, pero siempre hemos
salido airosos, y no ha sido gracias a mi, ha sido gracias a la lealtad de esas
personas…
- ¡CUMPLE LA ORDEN!
- ¡CÁLLATE! Ya no
eres quien para dar órdenes en este barco, qué dirían tus antiguos compañeros,
abandonar a tu tripulación cuando más te necesitábamos. El barco vuelve a ser
lo que era, y los nuevos mandos y yo, lo mejoraremos. Quiero que ahora des media
vuelta y no vuelvas a subir a este barco.
Cuando la mujer abandonó el barco, la tripulación irrumpió
en aplausos, estaban felices, tan felices que no apreciaron como la capucha
blanca dejaba entrever las lágrimas de su capitán, y en ese preciso momento, el
mascarón del lobo acompañó a su capitán comenzando a dejar caer de sus ojos
unas silenciosas y relucientes lágrimas.
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