El legendario barco, había llegado por fin al puerto. De él
desembarcaba un hombre de capucha blanca y sonriente. Había vuelto de la tierra
de su padre, y del padre de su padre, y así muchas generaciones para atrás,
como le gustaba ese lugar lleno de gente con corazones de oro y buenos
recuerdos. No había hombre más feliz en aquel momento en la ciudad, todo había
salido más o menos según lo previsto. Ahora un año más volvería a navegar con
su tripulación, y esta vez con plenos poderes, si, como lo había deseado, quizá
no tan pronto, pero no se podría decir que no se lo merecía, había luchado con
todo y había sobrevivido sin apenas heridas, si, ahora un mundo increíblemente grande
parecía abrirse ante él, lleno de rencuentros, retos, y por supuesto sueños. Ahora
solo tenía ganas de ver a su gente así que sin más comenzó a correr, y corrió,
y corrió, hasta que por fin llego a la cima de la montaña que tanto le gustaba,
y de lo más profundo de su ser gritó. Un grito que dice “SOY YO”.
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