jueves, 13 de septiembre de 2012

La sonrisa de la verdad (final).


El robusto y fuerte caballo negro cabalgaba más rápido que nunca, sus ojos amarillentos observaban cada detalle del espeso bosque, cada rama, cada animal, cada movimiento. Su jinete, nervioso, no sonreía, llevaba todo el camino con ese rostro de preocupación en la cara. Cuando llego a su destino bajó del caballo a una rapidez inigualable. Uno de sus soldados se adelantó para informar.
   -¡SEÑOR! No ha quedado nadie con vida – y tras mostrar una sonrisa continuó.- ¡Por fin han pagado todos por sus crímenes!
Él sin articular palabra alguna, entró en el recinto con un nudo en el estómago. Allí estaban todos: el anciano obseso del cuchillo carnicero, las dos jóvenes con sus colmillos afilados como dientes, su peludo hermano convertido por fin en la presa, y la cerebro. Suspiro aliviado, le había hecho caso, porque cuerpo no estaba allí.
Tras registrar el último de los refugios, de arriba abajo un par de veces lo único que pudo encontrar es un papel en el santuario, un papel que decía “GRACIAS”.
Pasaron los días, y tras acabar los diez largos días y noches de celebraciones, la paz había vuelto, y la vida de todas las personas volvía al cauce adecuado. Una noche, después de un duro día de trabajo con el señor de la ciudad, el sueño de nuestro guerrero se vio interrumpido por un leve sonido, apenas perceptible por un oído normal. De la oscuridad surgió un hombre de piel morena y sonriente. Este miró a el guerrero con esos ojos azules que tanto destacan, y hablo:
   -He visto tu caballo, ha recuperado toda su nobleza. Mucho mejor sin duda, antes no era más que una mera sombra que infundía miedo. En fin, solo vengo a decirte que deberías sentirte orgulloso de ti mismo, porque pienso hacerte caso, me voy de la región. No sé que voy hacer, puede que me dedique a la seguridad personal de algún señor, ya sabes que tengo habilidades de sobra jaja, ¿Tú que harás?
   -No se – contestó el sonriente guerrero.- Este pueblo me ha dado más que un hogar, me abrieron sus brazos desde el primer momento, y me ayudaron a controlar a la bestia, pero creo que es hora de viajar al norte de la región, una vez estuve allí y me pareció encontrar un buen sitio para poder dejar salir a la bestia sin peligro a sentirme un monstruo.
Tras una carcajada conjunta, el abrazo fue lo más agradecido que se podía esperar. Sin decir una palabra más el hombre negro le dirigió una sonrisa imborrable, y colocándose una capucha negra desapareció para no volver. Nuestro querido guerrero se volvió a tumbar en la cama para tener el descanso que hacía años había perdido.

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