El robusto y fuerte caballo negro cabalgaba más rápido que
nunca, sus ojos amarillentos observaban cada detalle del espeso bosque, cada
rama, cada animal, cada movimiento. Su jinete, nervioso, no sonreía, llevaba
todo el camino con ese rostro de preocupación en la cara. Cuando llego a su
destino bajó del caballo a una rapidez inigualable. Uno de sus soldados se adelantó
para informar.
-¡SEÑOR! No ha
quedado nadie con vida – y tras mostrar una sonrisa continuó.- ¡Por fin han
pagado todos por sus crímenes!
Él sin articular palabra alguna, entró en el recinto con un
nudo en el estómago. Allí estaban todos: el anciano obseso del cuchillo
carnicero, las dos jóvenes con sus colmillos afilados como dientes, su peludo
hermano convertido por fin en la presa, y la cerebro. Suspiro aliviado, le
había hecho caso, porque cuerpo no estaba allí.
Tras registrar el último de los refugios, de arriba abajo un
par de veces lo único que pudo encontrar es un papel en el santuario, un papel
que decía “GRACIAS”.
Pasaron los días, y tras acabar los diez largos días y
noches de celebraciones, la paz había vuelto, y la vida de todas las personas
volvía al cauce adecuado. Una noche, después de un duro día de trabajo con el
señor de la ciudad, el sueño de nuestro guerrero se vio interrumpido por un
leve sonido, apenas perceptible por un oído normal. De la oscuridad surgió un
hombre de piel morena y sonriente. Este miró a el guerrero con esos ojos azules
que tanto destacan, y hablo:
-He visto tu
caballo, ha recuperado toda su nobleza. Mucho mejor sin duda, antes no era más
que una mera sombra que infundía miedo. En fin, solo vengo a decirte que
deberías sentirte orgulloso de ti mismo, porque pienso hacerte caso, me voy de
la región. No sé que voy hacer, puede que me dedique a la seguridad personal de
algún señor, ya sabes que tengo habilidades de sobra jaja, ¿Tú que harás?
-No se – contestó
el sonriente guerrero.- Este pueblo me ha dado más que un hogar, me abrieron
sus brazos desde el primer momento, y me ayudaron a controlar a la bestia, pero
creo que es hora de viajar al norte de la región, una vez estuve allí y me
pareció encontrar un buen sitio para poder dejar salir a la bestia sin peligro
a sentirme un monstruo.
Tras una carcajada conjunta, el abrazo fue lo más agradecido
que se podía esperar. Sin decir una palabra más el hombre negro le dirigió una
sonrisa imborrable, y colocándose una capucha negra desapareció para no volver.
Nuestro querido guerrero se volvió a tumbar en la cama para tener el descanso
que hacía años había perdido.
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