miércoles, 8 de enero de 2014

El lobo de fuego.



La pequeña ciudad amanecía con una belleza única. Desde la ventana, ya se percibía. Por primera vez en mucho tiempo, era una mañana tranquila, no más exigencias, no más problemas familiares. El noble, apoyó la cabeza contra el cristal, y suspiró aliviado. Si aún estuvieran en guerra, no habría podido dedicarse a los problemas de sus tierras y familiares.
Unos golpes en la puerta, le mandaron de vuelta al pequeño salón. De forma elegante, giró su cuerpo, sin esperar en absoluto, que él entrara por esa puerta. ¡ÉL! ¿Qué hacía de allí? Después de intentar negarle su derecho a heredar su legado, de tratar sus aspiraciones como burlas, después de haberle negado su ayuda cuando más lo necesitaba, después todo el daño que la familia le había hecho, se encontraba allí delante, sin ropas de viaje, sin uniforme, sin armas, con un simple atuendo.
                -Has venido…
                -Digamos que he querido darme un respiro. –Su voz y sus ojos habían cambiado con el paso de los años.
                -Después de todo… has vuelto… ¿Por qué?
                -Porque creo que esa quemadura que cubre vuestra cara, es suficiente castigo.
Lentamente, toco la arrugada piel rosada de su cara… era verdad, toda la familia había llegado a comportarse de una manera atroz con él, solo porque pretendía seguir su sueño. Le habían cargado con un peso demasiado grande para una persona, llegando a intentar destruir todo su esfuerzo. Aún podía recordar cómo el fuego les quemo sus rostros, tras dañarle. Esa noche, había sido la última vez que lo habían visto, herido, agotado, destrozado, pero decidido a continuar. Y ahora en cada rincón de la nación, se conocía al joven capitán que con su tripulación, lideró la rebelión contra un gobierno podrido.

                -Me he enterado que has tomado el mando de la situación aquí, y has ayudado a…
                -Sí, no podía dejarles a su suerte.
                -Gracias por…
                -No, –le cortó el noble, era absurdo que ÉL diera las gracias después de todo- los que tendríamos que darte las gracias somos nosotros, y pedirte perdón avergonzados. Gracias a ti estamos en paz. Debimos creerte, debimos apoyarte, debimos confiar en ti. Sé que ahora es muy tarde pero… vigilaré la ciudad por ti.
                -Yo, no soy de aquí, mi familia es mi tripulación. Soy un pirata. Pero admiro el gesto, y aceptaré de buen grado utilizar la ciudad cuando la necesite.
                -Sea pues… somos de la misma sangre.
                -Eso no dice nada… pero gracias –dijo dando media vuelta, sonriendo satisfecho, y centrando su futuro descansó en la blanca playa.

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