Estaba aún amaneciendo cuando entró por la puerta del
camerino. Su aspecto era lamentable, cortes, golpes, moratones, y apenas se
mantenía en pie. Había estado toda la noche intentando salvar a sus camaradas, lo
había logrado sí, pero había pagado arriesgando su vida hasta límites
insospechados. Despacio, recorrió el camarote… se acercó al maniquí, y tras
suspirar, le colocó sus brazaletes, y luego las botas. Solo quedaba su armadura
con capucha blanca, el símbolo de su tripulación, la imagen de aquellos que
luchan en pos de la libertad, la ayuda para quien lo necesite, el símbolo de la
esperanza. Su capucha ocultaba la fina línea de sus lágrimas, esta vez se
encontraba demasiado cansado. Su mente estaba hueca, y el pecho le dolía con
fuerza, poco a poco se quitó la armadura, y con suavidad la colocó en el
maniquí. Se retiró unos pasos, y observo su grandeza, su elegancia… su fuerza.
Cogió una simple camisa blanca, se cubrió el torso, y salió
del camerino...
-¡Capitán!
–Dijo su navegante al verle- ¿Siguiente destino?
-A casa…
-Pero
capitán… no sería mejor que…
-Dejar
que por esta vez sea vuestro capitán quien se salve a si mismo… para que pueda
seguir protegiéndoos... Rumbo a casa navegante.
-Capitán
–dijo este cuando el herido abrió de nuevo la puerta de su camerino –Gracias,
por estar siempre a nuestro lado.
Bonita historia, a veces hay que protegerse a si mismo para seguir luchando...
ResponderEliminarMi sobrino me recomendo este blog y la verdad es que me encanta, ¿has pensado en escribir algun libro? ¡Tienes futuro como escritor!
Besines desde Oviedo.
jajaja muchas gracias. Si la verdad, que estoy escribiendo uno, de momento es un proyecto que avanza poco a poco, pero tiene buena pinta. Me alegro de que le gustara. De nuevo gracias.
EliminarUn abrazo