miércoles, 18 de noviembre de 2015

El ángel guardián(parte II): Inmortal




Sus ojos se abrieron repentinamente. Sobresaltado se levantó apartando las sabanas y una vez en pié se detuvo… estaba descalzo, pero no tenía frío. Un delicado kimono azul y negro se ajustaba a su cuerpo como si solo hubiera sido hecho para ser portado por él. A su espalda una ligera brisa acarició su piel, lentamente abrió la puerta corredera… la luz del sol le cegó por completo, pero con el tiempo sus verdes ojos no pudieron sino sorprenderse con el bello paisaje que se alzaba ante sus pies. Los rosados pétalos de los árboles al florecer danzaban con el viento formando la lluvia más hermosa que el mundo haya visto jamás, las húmedas y salvajes montañas se alzaban verdes e indomables como eternas dueñas del lugar, el sonido de los pájaros, de los cristalinos arroyos, de las risas… sus rodillas tocaron el suelo pesadamente, ¿todo había sido un mal sueño?
A su espalda unas suaves manos acariciaron su pelo, lentamente sintió como sus dulces brazos le rodeaban y poco a poco se fundían en el abrazo que tanto había ansiado. Su tacto, su olor, su suave pelo cayendo como una cascada tras él, el sonido de su respiración, el latido de su corazón… no hacía falta que se girará para saber quién era.
                -Ya era hora que despertaras… todos te esperan fuera –el sonido de su voz era inconfundible.
                -V…voy.
Intentó mirarle a los ojos, pero ya había cerrado la puerta. Lentamente caminó por la estancia, fotos de aventuras… de recuerdos, libros, armaduras, títulos, armas… todo estaba colgado en las paredes como un lejano recuerdo de un gran camino recorrido.
Lentamente corrió la puerta del patio. Allí estaban todos y cada uno de ellos, unos gritaban sonrientes mientras luchaban de forma juguetona en la verde y fresca hierba, otros reían y bebían sentados… alardeando a gritos frente a los más jóvenes de sus últimos destinos mientras estos no podían sino mirar boquiabiertos. Ella leía tranquila mientras comentaba su opinión con una de las personas en las que más confiaba… ambas tranquilas, felices. Su mirada encontró los ojos de su compañero, su hermano… quien le dedicó su habitual sonrisa irónica ¿Acaso estaba muerto y aquello era el cielo?
                -¿Cómo… puede ser?
                -Porque esto no es real… -un escalofrío recorrió su cuerpo mientras se giraba rápidamente al oír el sonido de su voz- ¿sorprendido?
                -Pero, tú…
                -Estoy muerto sí. Pero sin embargo estoy aquí frente a ti.
                -¿Significa que estoy muerto?

El duro bastón le golpeó en la cara, y reventándole el labio se deslizó hasta su tobillo, donde una seca patada hizo que su cuerpo cayera como un muñeco en el suelo.
                -¿Te parece esto qué estás muerto? –Dijo el anciano sonriéndole y ofreciéndole la mano- antes de aceptar mi mano hecha un último vistazo a lo que tu corazón más desea.
Sus ojos derramaron aquellas lágrimas que tanto habían guardado, lágrimas de rabia, de amor, de añoranza, de impotencia, lágrimas de emoción… tras unos segundos aún en el suelo le miró.
                -¿Te volveré a ver?
                -Se dice que los maestros son inmortales, que no morimos… que nada puede destruirnos pues nuestro poder forja lo más valioso de una auténtica persona… el corazón.
                -Gracias… por todo. Sin ti nunca hubiera sido quien soy. Te quiero abue…
                -Coge mi mano y demuéstrame que eres digno de nuestro poder.
El cálido y áspero tacto de sus curtidas manos fue lo último que sintió al abrir los ojos, al volver a respirar, al volver de su fin…
                -¡Lo he encontrado! –Escucho su voz a lo lejos- ¡Está aquí!
                -Creyeron… -tosió y tosió, la sangre de su boca salpicó la verde alfombra- creyeron que podrían matar a tú guardián…
CONTINUARÁ…

miércoles, 11 de noviembre de 2015

El ángel guardián



El intenso calor le irritaba los ojos, el sonido de las llamas agitándose descontroladamente, el olor a ceniza, a carne quemada. Todo estaba destruido… el castillo, el bosque, los barcos de sus compañeros y amigos, los archivos, las pruebas, todo…
Sus piernas temblaban, su cuerpo pesaba, estaba lleno de profundos cortes y moratones. Su boca le escocía, sabía a sangre… tenía el labio reventado, no se había dado cuenta hasta ese momento, sangraba sin parar por casi todo el cuerpo, era insoportable, jamás le había costado tanto mantenerse en pie.
                -Maestro… -la voz de su compañera a su espalda sonaba cansada.
                -¿Han conseguido ponerse a salvo todos?
                -Toda la centena, sí. Solo faltamos nosotros dos.
                -Ve…
                -¿Cómo?
                -Qué vayas con ellos… ponte a salvo tú también.
                -Pero van a llegar en unos minut…
                -Es una orden… -interrumpió él- lárgate ya.
                -No voy a cumplir esa or…
El viento produjo un estruendoso golpe haciéndola desaparecer, se había propuesto ninguna baja más y lo iba a cumplir. El sonido de los cascos de caballo al galopar interrumpió de nuevo el silencio de aquel escenario de muerte. Incluso él había venido portando una elegante armadura negra, el señor de esas tierras…
                -Pero mírate… -miedo, confusión, sincera pena eso mostraba el sonido de sus palabras- apenas te puedes mantener en pie. ¿Qué te han hecho?
                -A mí nada… no se recuperarán nunca de esto lo sabes, ¿verdad?
                -Aunque un día fuéramos enemigos, yo jamás habría querido esto…
                -Lo se… vete tranquilo y sigue gobernando como tú corazón mejor te dicte.
                -Puede que nuestra forma de ver el mundo sea distinta, incluso en ocasiones contraria, pero… te deseo la mejor de las suertes.
Y se fue, dejando que el sonido de las llamas extendiéndose volviera a ocupar su corazón. Hacía trece años que había entrado como aprendiz allí… solo tenía once años, no era el más fuerte, tampoco el más inteligente, pero aprendió de los mejores maestros posibles. Cada viaje, cada aventura le ayudaron a llegar a convertirse en una joven promesa, un heredero… y con él tiempo llegó la primera guerra. Recordaba que sus maestros le habían prohibido tomar partido, era demasiado joven, perdieron… y todo empezó a derrumbarse, ciudades enteras quedaron arrasadas y ellos, el mayor foco de fuerza libre quedó casi devastado. Los pocos maestros supervivientes decidieron desistir, vivir una vida tranquila y lejana, no volvieron jamás… y él resurgió de sus cenizas, el más joven de los maestros, un joven pirata que se enfrentó al mundo solo. La segunda guerra tardó años, supuso muchos sacrificios y lágrimas pero consiguió la mayor victoria jamás vista en la historia. Él levantó de nuevo un lugar libre de control, de adoctrinamiento, una ciudad dónde un gremio libre era capaz de crecer a través del amor, la lealtad, y la libertad. Durante seis años había sido el maestro de aquel lugar, el heredero de la causa…
                -Hola joven maestro… -la anciana mujer se plantó frente a él.
                -Lo has logrado… felicidades. Todos mis apoyos, mis contactos, todo el trabajo de tantos años… todo.
                -No es culpa tuya, era cuestión de tiempo…
                -Jamás me arrodillaré ante nadie que no lo merezca.
                -Qué impertinente, -le espetó con asco- eres un iluso, y por eso vas a morir.
    -No, iluso no… sois vosotros los que no entendéis la naturaleza de nuestra labor, el fin de nuestro esfuerzo. Pase lo que pase aquí y ahora, el único guardián que hay aquí soy yo… aunque en el fondo estoy seguro que ya los sab…
El frio y doloroso contacto de la espada atravesándole el corazón le hizo escupir sangre… el afilado puñal se clavó en su cuello como una aguja. Le temblaban las piernas, su cuerpo le pesaba, las lágrimas de su rostro solo mostraban una minúscula parte de la angustia que sentía. Ella se alejó lentamente, no sin antes girarse para lanzarle un último mensaje en una flecha. Cuando su hombro recibió el afilado golpe, arrancó el pequeño papiro y leyó: “Muere como lo que siempre pretendiste pero nunca conseguiste ser”.
Y al fin, cuando todo hubo terminado todo su cuerpo calló inerte en el suelo. Había sido él el heredero de la causa y solo él sería quien la disolvería.
Habían buscado durante horas, entre todos habían conseguido apagar las llamas, pero todo estaba destruido… no había forma de reconstruirlo. Ella miraba aterrorizada a todos lados, ¿ya está? ¿Todo acababa así? Y entonces vio su cuerpo… tirado en lo poco que quedaba de verde hierba.
                -¡Lo he encontrado! –Gritó mientras bajaba corriendo la ladera- ¡Está aquí!
¿Estaría...? No… en sus viajes había aprendido a apartar esos pensamientos, era el momento de actuar, no de tener miedo. Su mano le dio la vuelta y sus ojos encontraron su verde mirada. Apenas estaba consciente pero compuso una sonrisa.
                -Creyeron… -tosió y tosió, la sangre de su boca salpicó la verde alfombra- creyeron que podrían matar a tú guardián…