Sus ojos se abrieron repentinamente. Sobresaltado se levantó
apartando las sabanas y una vez en pié se detuvo… estaba descalzo, pero no
tenía frío. Un delicado kimono azul y negro se ajustaba a su cuerpo como si
solo hubiera sido hecho para ser portado por él. A su espalda una ligera brisa
acarició su piel, lentamente abrió la puerta corredera… la luz del sol le cegó
por completo, pero con el tiempo sus verdes ojos no pudieron sino sorprenderse
con el bello paisaje que se alzaba ante sus pies. Los rosados pétalos de los
árboles al florecer danzaban con el viento formando la lluvia más hermosa que el
mundo haya visto jamás, las húmedas y salvajes montañas se alzaban verdes e
indomables como eternas dueñas del lugar, el sonido de los pájaros, de los
cristalinos arroyos, de las risas… sus rodillas tocaron el suelo pesadamente, ¿todo
había sido un mal sueño?
A su espalda unas suaves manos acariciaron su pelo, lentamente sintió como sus dulces brazos le rodeaban y poco a poco se fundían en
el abrazo que tanto había ansiado. Su tacto, su olor, su suave pelo cayendo
como una cascada tras él, el sonido de su respiración, el latido de su corazón…
no hacía falta que se girará para saber quién era.
-Ya era
hora que despertaras… todos te esperan fuera –el sonido de su voz era
inconfundible.
-V…voy.
Intentó mirarle a los ojos, pero ya había cerrado la puerta.
Lentamente caminó por la estancia, fotos de aventuras… de recuerdos, libros,
armaduras, títulos, armas… todo estaba colgado en las paredes como un lejano
recuerdo de un gran camino recorrido.
Lentamente corrió la puerta del patio. Allí estaban todos y
cada uno de ellos, unos gritaban sonrientes mientras luchaban de forma
juguetona en la verde y fresca hierba, otros reían y bebían sentados…
alardeando a gritos frente a los más jóvenes de sus últimos destinos mientras
estos no podían sino mirar boquiabiertos. Ella leía tranquila mientras
comentaba su opinión con una de las personas en las que más confiaba… ambas
tranquilas, felices. Su mirada encontró los ojos de su compañero, su hermano…
quien le dedicó su habitual sonrisa irónica ¿Acaso estaba muerto y aquello era
el cielo?
-¿Cómo…
puede ser?
-Porque
esto no es real… -un escalofrío recorrió su cuerpo mientras se giraba rápidamente
al oír el sonido de su voz- ¿sorprendido?
-Pero,
tú…
-Estoy
muerto sí. Pero sin embargo estoy aquí frente a ti.
-¿Significa
que estoy muerto?
El duro bastón le golpeó en la cara, y reventándole el labio
se deslizó hasta su tobillo, donde una seca patada hizo que su cuerpo cayera
como un muñeco en el suelo.
-¿Te
parece esto qué estás muerto? –Dijo el anciano sonriéndole y ofreciéndole la
mano- antes de aceptar mi mano hecha un último vistazo a lo que tu corazón más
desea.
Sus ojos derramaron aquellas lágrimas que tanto habían
guardado, lágrimas de rabia, de amor, de añoranza, de impotencia, lágrimas de
emoción… tras unos segundos aún en el suelo le miró.
-¿Te
volveré a ver?
-Se
dice que los maestros son inmortales, que no morimos… que nada puede destruirnos
pues nuestro poder forja lo más valioso de una auténtica persona… el corazón.
-Gracias…
por todo. Sin ti nunca hubiera sido quien soy. Te quiero abue…
-Coge
mi mano y demuéstrame que eres digno de nuestro poder.
El cálido y áspero tacto de sus curtidas manos fue lo último
que sintió al abrir los ojos, al volver a respirar, al volver de su fin…
-¡Lo he
encontrado! –Escucho su voz a lo lejos- ¡Está aquí!
-Creyeron…
-tosió y tosió, la sangre de su boca salpicó la verde alfombra- creyeron que
podrían matar a tú guardián…
CONTINUARÁ…
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