Lectores y lectoras, hoy, volviendo a hábitos antiguos y no
por ello malos o inapropiados, me he decidido hacer público una experiencia
personal con cierto banco español, al que apodaremos Banco Guerrero para evitar
problemas innecesarios a la hora poder hablar con libertad sin que nadie me
ponga un metafórico pero real punto de mira entre ceja y ceja. Porque así es
España señoras y señores, un lugar dónde si a la hora de hablar con libertad no
te guardas las espaldas apropiadamente, en el mejor de los casos, los
implicados acabarán tergiversando tus palabras o probablemente tachándote de
radical, alterador público o cualquier otra “fantástica” catalogación. Eso por
supuesto, si no se cae en los tópicos en los que tomas algún tipo de sustancia
de estupefacientes, tienes problemas psicológicos o directamente tú mera
existencia en este mundo supuestamente solo sirve para quitarle dinero al
Estado. Pero dejando a un lado cómo mi país sigue en una etapa “cromañónica”,
volvamos al tema que nos atañe.
Ocurrido hará una semana aproximadamente, me disponía a
realizar una operación bancaria en nuestro apodado Banco Guerrero. Dispuesto a
llevar a cabo dicha operación sin ningún tipo de inconveniente y en el menor
tiempo posible, me dirigí a la sucursal más cercana a mi situación en ese
momento. Allí, el joven empleado frente al cual me quito el sombrero, me
informa que el ejercicio supondrá una serie de impuestos que podrían ser
evitados si realizara dicha maniobra bancaria en la sucursal sobre la cual fue
expedido el inicio del proceso. Alegre por la sinceridad y la información recibida,
agradecí cordialmente a ese joven su buena intención y su profesionalidad,
poniendo ya rumbo a la sucursal específica.
Cuál fue mi sorpresa al ver que mis pasos me habían llevado
a la sucursal más importante de dicho banco en la ciudad. Ciertamente aun
dudando de haber llegado a la dirección correcta, entré en la sucursal dispuesto
a realizar la operación y poder irme a mi casa lo antes posible para preparar
la comida. Aquí señoras y señores comienza el show de la hipocresía y un viaje
en el tiempo a una época mucho menos tolerante.
Desde el minuto uno de mí entrada, pude notar cómo la mayor
parte de las personas en ese momento en la sucursal, posaban sus miradas en mí
con cierto recelo. Tan cierto como que hay vida en la tierra, me miré de arriba
abajo sin comprender aquella reacción. Llevaba un pantalón vaquero azul, botas
cremas, una cazadora negra y una mochila negra llena de libros de inglés. No
llevo pendientes, ni mi pelo es llamativo o está peinado como se podría decir de
una forma inadecuada o inapropiada. En un primer momento pensé que podría tener
alguna mancha en la ropa, pero al ver
que mi aspecto no estaba para nada descuidado, continué mi marcha hacia una de
las ventanillas.
En el pequeño trayecto desde la puerta hasta la ventanilla,
las miradas no cesaban, todas las personas trajeadas de arriba abajo a mí
alrededor, me miraban con una expresión extraña, como si fuera un forastero, un
extraterrestre, como si mi presencia allí supusiera algo malo. Haciendo caso
omiso, llegué a la ventanilla y una vez realizadas todas las interacciones
sociales necesarias de una forma educada y formal, el encargado de la
ventanilla comenzó a realizar la operación bancaría sin demora. En ese momento,
se acerca al encargado de mi ventanilla un hombre de unos cincuenta años, cómo
no trajeado y engominado hasta las cejas (lo cual es comprensible pues un banco
debe dar una imagen adecuada al público). Debido a su forma de andar y de hablar
con el resto de encargados supuse que era algún tipo de supervisor, pero no
había dado importancia a su presencia hasta su llegada a mi ventanilla.
El hombre en cuestión me mira con cara de asco, me da la
espalda y comienza la siguiente conversación con su compañero:
-¿Hay
algún tipo de problema con este? –entendiendo yo que “con este”, se refiere a
mi persona.
-No…
-contesta su compañero desde la ventanilla entre incrédulo y confuso- ¿qué
problema puede haber?
El hombre aun dándome la espalda, me mira por encima del
hombro de nuevo y yo por supuesto muy sorprendido por el injustificado trato,
le miro directamente a los ojos sin pestañear. Él, volviendo a poner la misma
expresión de repulsión se vuelve hacia su compañero.
-Bueno
me voy a quedar cerca por si acaso necesitas algo.
Sin contestar al último comentario, el encargado de la ventanilla
continuó con su trabajo con la mayor rapidez y eficacia posible, mientras el
supuesto supervisor se quedaba rondando la ventanilla.
Una vez acabada la operación bancaria pertinente, reflexioné
si era mejor llamar la atención en ese momento montando en una justificada
cólera. Sin duda, es lo que normalmente habría hecho, quien me conoce sabe de
mi poca tolerancia para este tipo de comportamientos. Pero decidí tomar un
camino mejor. Me dirigí a mi casa y dejando a un lado la comida que debía
preparar, redacté un escrito de queja
explicando lo ocurrido en la web central de Banco Guerrero. Por supuesto,
además, dejé claro que si en un futuro como maestro tengo un trabajo y sueldo
digno en mi país, jamás en mi vida abriré una cuenta en ese banco y que haría
todo lo posible para que todas las personas a mi alrededor hagan lo mismo (que
es lo que estoy haciendo ahora mismo, informar de lo ocurrido). Además de todo
esto, creo que dentro de poco tengo que volver a la misma sucursal para
realizar una operación similar. Lo primero que haré es pedir una hoja de
reclamaciones para entregar en el mismo sitio dónde han ocurrido los hechos
y por supuesto una vez realizado todo este proceso será el momento para llamar
la atención de dicho hombre.
Si solo hubiera “montado el pollo” como se suele decir
coloquialmente, estoy seguro que esta acción hubiera quedado impune y jamás
habría llegado a oídos de sus superiores, así que como hombre libre, me tomé la
libertad de que ese intento de pisotear a un ser humano no quedara impune.
La verdad he de admitirlo, jamás en mi vida creí posible
llegar a recibir esa falta de respeto y menos en una sucursal bancaria. Mi
pregunta para dicho hombre, la cual le haré personalmente será: ¿acaso usted
se cree mejor que los demás por el simple hecho de tener más años, tener un
sueldo o llevar un traje y una corbata? Seguramente si este personaje (pues no
se le puede llamar de otra forma) fuera una persona medianamente decente,
sabría que la educación y el respeto deben ir por delante a la hora de tratar
con las personas.
La verdad, como maestro espero que algún día tenga la
oportunidad de educar a su hijo, no para volverle contra su padre, no por
venganza, ni tampoco con ninguna mala intención, sino para enseñarle cómo debe
ser un auténtico hombre, para darle la educación que seguramente en su propia
casa no tenga jamás.
Expongo hoy estos hechos públicamente con la esperanza de
que toda persona que lea esta pequeña entrada digan basta, basta de soportar
estos comportamientos inadecuados e hirientes procedentes de individuos cuya
mayor ambición en la vida es amargar la de los demás. Ya tenemos bastante, con
la corrupción de políticos, banqueros y empresarios, con los atentados por toda
Europa, la guerra de Siria, la falta de humanidad hacia los refugiados, los
índices de paro y la pobreza de las familias tanto aquí como alrededor del
mundo, como para que tengamos que aguantar las impertinencias de alguien que
seguramente no nos llega ni a la suela de los zapatos. Así que cómo ya he expuesto, querido Banco Guerrero, tome las medidas que estime oportunas pero olvídese
de que este futuro maestro sea alguien que baje la cabeza ante personas y
comportamientos que deberían haberse quedado en el siglo pasado.