miércoles, 30 de marzo de 2016

Una cuenta bancaria de hipocresía barata por favor.



Lectores y lectoras, hoy, volviendo a hábitos antiguos y no por ello malos o inapropiados, me he decidido hacer público una experiencia personal con cierto banco español, al que apodaremos Banco Guerrero para evitar problemas innecesarios a la hora poder hablar con libertad sin que nadie me ponga un metafórico pero real punto de mira entre ceja y ceja. Porque así es España señoras y señores, un lugar dónde si a la hora de hablar con libertad no te guardas las espaldas apropiadamente, en el mejor de los casos, los implicados acabarán tergiversando tus palabras o probablemente tachándote de radical, alterador público o cualquier otra “fantástica” catalogación. Eso por supuesto, si no se cae en los tópicos en los que tomas algún tipo de sustancia de estupefacientes, tienes problemas psicológicos o directamente tú mera existencia en este mundo supuestamente solo sirve para quitarle dinero al Estado. Pero dejando a un lado cómo mi país sigue en una etapa “cromañónica”, volvamos al tema que nos atañe.
Ocurrido hará una semana aproximadamente, me disponía a realizar una operación bancaria en nuestro apodado Banco Guerrero. Dispuesto a llevar a cabo dicha operación sin ningún tipo de inconveniente y en el menor tiempo posible, me dirigí a la sucursal más cercana a mi situación en ese momento. Allí, el joven empleado frente al cual me quito el sombrero, me informa que el ejercicio supondrá una serie de impuestos que podrían ser evitados si realizara dicha maniobra bancaria en la sucursal sobre la cual fue expedido el inicio del proceso. Alegre por la sinceridad y la información recibida, agradecí cordialmente a ese joven su buena intención y su profesionalidad, poniendo ya rumbo a la sucursal específica.
Cuál fue mi sorpresa al ver que mis pasos me habían llevado a la sucursal más importante de dicho banco en la ciudad. Ciertamente aun dudando de haber llegado a la dirección correcta, entré en la sucursal dispuesto a realizar la operación y poder irme a mi casa lo antes posible para preparar la comida. Aquí señoras y señores comienza el show de la hipocresía y un viaje en el tiempo a una época mucho menos tolerante.
Desde el minuto uno de mí entrada, pude notar cómo la mayor parte de las personas en ese momento en la sucursal, posaban sus miradas en mí con cierto recelo. Tan cierto como que hay vida en la tierra, me miré de arriba abajo sin comprender aquella reacción. Llevaba un pantalón vaquero azul, botas cremas, una cazadora negra y una mochila negra llena de libros de inglés. No llevo pendientes, ni mi pelo es llamativo o está peinado como se podría decir de una forma inadecuada o inapropiada. En un primer momento pensé que podría tener alguna mancha en la ropa, pero al ver que mi aspecto no estaba para nada descuidado, continué mi marcha hacia una de las ventanillas.
En el pequeño trayecto desde la puerta hasta la ventanilla, las miradas no cesaban, todas las personas trajeadas de arriba abajo a mí alrededor, me miraban con una expresión extraña, como si fuera un forastero, un extraterrestre, como si mi presencia allí supusiera algo malo. Haciendo caso omiso, llegué a la ventanilla y una vez realizadas todas las interacciones sociales necesarias de una forma educada y formal, el encargado de la ventanilla comenzó a realizar la operación bancaría sin demora. En ese momento, se acerca al encargado de mi ventanilla un hombre de unos cincuenta años, cómo no trajeado y engominado hasta las cejas (lo cual es comprensible pues un banco debe dar una imagen adecuada al público). Debido a su forma de andar y de hablar con el resto de encargados supuse que era algún tipo de supervisor, pero no había dado importancia a su presencia  hasta su llegada a mi ventanilla.
El hombre en cuestión me mira con cara de asco, me da la espalda y comienza la siguiente conversación con su compañero:
                -¿Hay algún tipo de problema con este? –entendiendo yo que “con este”, se refiere a mi persona.
                -No… -contesta su compañero desde la ventanilla entre incrédulo y confuso- ¿qué problema puede haber?
El hombre aun dándome la espalda, me mira por encima del hombro de nuevo y yo por supuesto muy sorprendido por el injustificado trato, le miro directamente a los ojos sin pestañear. Él, volviendo a poner la misma expresión de repulsión se vuelve hacia su compañero.
                -Bueno me voy a quedar cerca por si acaso necesitas algo.
Sin contestar al último comentario, el encargado de la ventanilla continuó con su trabajo con la mayor rapidez y eficacia posible, mientras el supuesto supervisor se quedaba rondando la ventanilla.
Una vez acabada la operación bancaria pertinente, reflexioné si era mejor llamar la atención en ese momento montando en una justificada cólera. Sin duda, es lo que normalmente habría hecho, quien me conoce sabe de mi poca tolerancia para este tipo de comportamientos. Pero decidí tomar un camino mejor. Me dirigí a mi casa y dejando a un lado la comida que debía preparar,  redacté un escrito de queja explicando lo ocurrido en la web central de Banco Guerrero. Por supuesto, además, dejé claro que si en un futuro como maestro tengo un trabajo y sueldo digno en mi país, jamás en mi vida abriré una cuenta en ese banco y que haría todo lo posible para que todas las personas a mi alrededor hagan lo mismo (que es lo que estoy haciendo ahora mismo, informar de lo ocurrido). Además de todo esto, creo que dentro de poco tengo que volver a la misma sucursal para realizar una operación similar. Lo primero que haré es pedir una hoja de reclamaciones para entregar en el mismo sitio dónde han ocurrido los hechos y por supuesto una vez realizado todo este proceso será el momento para llamar la atención de dicho hombre.
Si solo hubiera “montado el pollo” como se suele decir coloquialmente, estoy seguro que esta acción hubiera quedado impune y jamás habría llegado a oídos de sus superiores, así que como hombre libre, me tomé la libertad de que ese intento de pisotear a un ser humano no quedara impune.
La verdad he de admitirlo, jamás en mi vida creí posible llegar a recibir esa falta de respeto y menos en una sucursal bancaria. Mi pregunta para dicho hombre, la cual le haré personalmente será: ¿acaso usted se cree mejor que los demás por el simple hecho de tener más años, tener un sueldo o llevar un traje y una corbata? Seguramente si este personaje (pues no se le puede llamar de otra forma) fuera una persona medianamente decente, sabría que la educación y el respeto deben ir por delante a la hora de tratar con las personas.
La verdad, como maestro espero que algún día tenga la oportunidad de educar a su hijo, no para volverle contra su padre, no por venganza, ni tampoco con ninguna mala intención, sino para enseñarle cómo debe ser un auténtico hombre, para darle la educación que seguramente en su propia casa no tenga jamás. 

Expongo hoy estos hechos públicamente con la esperanza de que toda persona que lea esta pequeña entrada digan basta, basta de soportar estos comportamientos inadecuados e hirientes procedentes de individuos cuya mayor ambición en la vida es amargar la de los demás. Ya tenemos bastante, con la corrupción de políticos, banqueros y empresarios, con los atentados por toda Europa, la guerra de Siria, la falta de humanidad hacia los refugiados, los índices de paro y la pobreza de las familias tanto aquí como alrededor del mundo, como para que tengamos que aguantar las impertinencias de alguien que seguramente no nos llega ni a la suela de los zapatos. Así que cómo ya he expuesto, querido Banco Guerrero, tome las medidas que estime oportunas pero olvídese de que este futuro maestro sea alguien que baje la cabeza ante personas y comportamientos que deberían haberse quedado en el siglo pasado. 

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