viernes, 25 de noviembre de 2016

Los hijos del dragón



El gélido contacto de su cara con el brusco frío invernal no fue suficiente para estremecer el firme paso de los soldados. El intenso crujido de las botas resquebrajando la fina capa de hielo carcelera de la verde hierba, se alzaba como única amiga del fuerte viento.
Sin embargo, la idea de no haber detenido su avance tras arrestar a la anciana, era algo que les reconfortaba y alimentaba. “Nada ni nadie puede pararnos ya…” pensaba una y otra vez el más joven e inexperto soldado mientras su pelotón ascendía ladera arriba y vislumbraba el lento pero decidido avance de su gran ejército.
                -Estate alerta… -le susurró su compañero sin fijar su mirada en él.
                -Para que… nuestro avance es cada vez mayor y nuestro ejército más fuerte. No ha habido nada ni nadie que pudiera siquiera frenarnos.
                -Te olvidas de él… -le replicó su camarada cubriendo su boca aún más con la capucha.
                -Él no vendrá… ya lo viste en la misión del castillo. Ni siquiera nos ata…
                -¡¡NOS ATACAN!! –chilló el oficial de repente.
Antes de que pudieran establecer contacto, una sonora explosión apareció en medio del gran ejército. Bajo su capucha blanca, como un fantasma en la niebla una figura blanca atravesaba como una flecha el ejército. Sin dificultad alguna esquivaba las balas y cortaba uno a uno a cada soldado con una de sus tres espadas. Un fuerte estruendo seguido de intensos gritos hizo fijar su vista en el blanco derecho.
                -¡¡MIRAR, EN EL BOSQUE!!
“¡¡Allí está otra vez!!” pensó  el joven soldado tras ver la blanca figura en ese momento protegiéndose de las balas con una gran barrera de tierra y lanzando piedras enormes a sobre pelotones enteros.
                -¡¡EN EL CAMPAMENTO!!
                -¡¡No puede ser!! –respondió su compañero mientras giraba la vista hacia la retaguardia.
Una sombra blanca corría y abatía con maestría a todos sus oponentes con un largo bastón sin dudar. Antes de que pudieran siquiera reaccionar, su oficial volvió a chillar.
                -¡¡EN LA LINEA DELANTERA, VAN A POR LOS COMANDANTES!!
                -¡¿¡Es imposible que un hombre pueda moverse tan rápido!?! –exclamó el joven soldado mirando a su anonadado colega que negaba con la cabeza y señalaba el campo de batalla.
Allí estaba de nuevo, caminando entre los pelotones, avanzando y esquivando ataques con una pausada habilidad, como si del dueño del tiempo se tratase. No paró, no dudo, ni siquiera se detuvo a observar, desenfundó sus dos pistolas y disparó. Sin detenerse, como si tuviera todos los segundos del mundo, lanzó sendas armas, desenfundó dos nuevos revólveres y volvió a disparar. Mientras los cuerpos de los cuatro comandantes caían de sus respectivos caballos produciendo un sordo sonido, el guerrero de capucha blanca lanzaba una bomba de humo y volvía desaparecer.  
El caos se había apoderado del improvisado campo de batalla, el guerrero blanco aparecía y desaparecía sin parar, los soldados se disparaban entre sí, los comandantes estaban fuera de combate, el miedo y la locura eran ahora los dueños de aquella lucha por la propia supervivencia.
El ruido de los disparos y las espadas al golpear, se detuvo. Una gran cúpula púrpura les engulló, y tras un estruendoso rayo todos y cada uno de los soldados se desplomaron petrificados sobre el congelado suelo.
De entre la oscuridad del helado bosque del que ellos mismos habían salido, surgieron cuatro fantasmas, seguidos de cientos de guerreros. Los cuatro líderes se adelantaron y pasando sobre sus cuerpos se detuvieron ante el oficial.
                -Un oficial… -dijo una de ellos.
                -¿puedes deshacer la parálisis? –preguntó lentamente otro de ellos.
                -No es necesario… pueden oírnos –respondió un segundo hombre.
                -Pues… -dijo la última de ellos agachándose sobre el oficial con una sonrisa- dile a tu gobierno central que no se atreva a quitarnos lo que nos corresponde por derecho. Si solo aquel capitán y su pequeña tripulación pudieron venceros hace solo unos pocos años, imaginar todo lo que toda esa tripulación puede conseguir ahora. No oséis pensar ni por un instante que acallareis nuestra voz o postraréis nuestras rodillas, no somos piratas, no somos rebeldes, no somos desertores, somos personas libres.  
Pasaron las horas y nada se había movido en el campo de batalla. Lentamente la cúpula había desaparecido y su cuerpo comenzó a responder de nuevo a sus órdenes. Aún sin poder levantarse arrastró su cuerpo sobre la congelada hierba y agarró el brazo de su camarada.
                -Te… te lo dije… -le dijo él tiritando- los hijos del dragón aparecerían tarde o temprano. Ellos son su unión, ellos son la fuerza.
 

jueves, 17 de noviembre de 2016

Choque de dragones




La fría caricia del invierno traída por el viento le hizo estremecerse. Él, el mago del fuego, el domador de las llamas… estaba sintiendo su aliento gélido cerca. Con la paciencia de un depredador apunto de atacar fijó su vista en lo más profundo del bosque.
Durante unos segundos llegó a dudar de haber notado ese helado soplo, pero entonces vio su sombra correr entre las ramas. No dudo ni un solo instante y con una súbita explosión apareció tras él. Su oponente no vaciló en su camino, cada salto en cada rama, en cada roca, cada punto de apoyo, cada quiebro. Sin duda era hábil y conocía mejor el terreno, pero no conseguiría disuadirlo.
Su primera barrera de llamas le hizo cambiar de dirección de forma brusca y tras unos doscientos metros llegó a esquivar su bola de fuego por los pelos. El mago del fuego sonrió para sí, estaba cayendo en su trampa, el precipicio estaba al caer.
El joven corredor no aminoró el paso y sin siquiera mirar atrás saltó al vacío. Trataba de engañarle pero no se lo tragaba pensaba el maestro del fuego mientras saltaba también  llamando al guardián de su poder.
El calor de su corazón se intensificó, su cuerpo tornó a un mar de fuego, sus brazos desplegaron las doradas alas y el grito de batalla del fénix retumbó en cada rincón del valle. No le hizo falta saber sobre que halcón lanzar su ataque, conocía cada uno de sus poderes y facetas.
Tras un sordo golpe ambos cayeron en picado como un ardiente asteroide. No tuvo piedad alguna al lanzar su cuerpo contra el suelo. De vuelta en su forma humana esquivó su primer golpe y concentrando todo su calor en un punto, le propinó un ardiente puñetazo en la cara. Aun habiendo retrocedido unos cuantos metros… él, bajo su negra vestimenta llamó a su poder natural en una dolorosa patada en el estómago. Irguiéndose al instante supo que ninguno de los dos iba a ceder y cuando sendos puños chocharon entre sí, toda la isla tembló bajo la sonora explosión, quedando bajo un silencio sepulcral.           
                -¡TÚ! –Exclamó el mago con un sonoro gruñido mientras se levantaba y escupía sangre- ¡LEVANTANTE NO PUEDES ENGAÑARME! ¡Esto no ha sido nada para ti!
                -Sin duda, me conoces demasiado bien… -le dijo él incorporándose y clavando sus verdes ojos en él- parece ser que estás dispuesto a que te patee el trasero.
                -¡JA! ¡Un salvaje de pueblo cómo tú jamás podrá ni siquiera rozarme un solo pelo!
                -¿Te das cuenta… de que no nos hemos podido librar el uno del otro jamás? –dijo el caballero negro mostrando en su puño el azulado fuego de los guardianes.
                -Es un callejón sin salida, nuestro destino es aceptarlo… -le respondió el mago llamando de nuevo a las llamas del fénix.
                -¡¡SOMOS HERMANOS IDIOTA!! –exclamaron al unísono mientras sendos guerreros corrían a lanzar el más ardiente de sus ataques.