El gélido contacto de su cara con el brusco frío invernal no
fue suficiente para estremecer el firme paso de los soldados. El intenso
crujido de las botas resquebrajando la fina capa de hielo carcelera de la verde
hierba, se alzaba como única amiga del fuerte viento.
Sin embargo, la idea de no haber detenido su avance tras
arrestar a la anciana, era algo que les reconfortaba y alimentaba. “Nada ni
nadie puede pararnos ya…” pensaba una y otra vez el más joven e inexperto
soldado mientras su pelotón ascendía ladera arriba y vislumbraba el lento pero
decidido avance de su gran ejército.
-Estate
alerta… -le susurró su compañero sin fijar su mirada en él.
-Para
que… nuestro avance es cada vez mayor y nuestro ejército más fuerte. No ha
habido nada ni nadie que pudiera siquiera frenarnos.
-Te
olvidas de él… -le replicó su camarada cubriendo su boca aún más con la
capucha.
-Él no
vendrá… ya lo viste en la misión del castillo. Ni siquiera nos ata…
-¡¡NOS
ATACAN!! –chilló el oficial de repente.
Antes de que pudieran establecer contacto, una sonora
explosión apareció en medio del gran ejército. Bajo su capucha blanca, como un
fantasma en la niebla una figura blanca atravesaba como una flecha el ejército.
Sin dificultad alguna esquivaba las balas y cortaba uno a uno a cada soldado
con una de sus tres espadas. Un fuerte estruendo seguido de intensos gritos
hizo fijar su vista en el blanco derecho.
-¡¡MIRAR,
EN EL BOSQUE!!
“¡¡Allí está otra vez!!” pensó el joven soldado tras ver la blanca figura en
ese momento protegiéndose de las balas con una gran barrera de tierra y
lanzando piedras enormes a sobre pelotones enteros.
-¡¡EN
EL CAMPAMENTO!!
-¡¡No
puede ser!! –respondió su compañero mientras giraba la vista hacia la
retaguardia.
Una sombra blanca corría y abatía con maestría a todos sus
oponentes con un largo bastón sin dudar. Antes de que pudieran siquiera
reaccionar, su oficial volvió a chillar.
-¡¡EN
LA LINEA DELANTERA, VAN A POR LOS COMANDANTES!!
-¡¿¡Es
imposible que un hombre pueda moverse tan rápido!?! –exclamó el joven soldado
mirando a su anonadado colega que negaba con la cabeza y señalaba el campo de
batalla.
Allí estaba de nuevo, caminando entre los pelotones,
avanzando y esquivando ataques con una pausada habilidad, como si del dueño del
tiempo se tratase. No paró, no dudo, ni siquiera se detuvo a observar,
desenfundó sus dos pistolas y disparó. Sin detenerse, como si tuviera todos los
segundos del mundo, lanzó sendas armas, desenfundó dos nuevos revólveres y
volvió a disparar. Mientras los cuerpos de los cuatro comandantes caían de sus
respectivos caballos produciendo un sordo sonido, el guerrero de capucha blanca
lanzaba una bomba de humo y volvía desaparecer.
El caos se había apoderado del improvisado campo de batalla,
el guerrero blanco aparecía y desaparecía sin parar, los soldados se disparaban
entre sí, los comandantes estaban fuera de combate, el miedo y la locura eran
ahora los dueños de aquella lucha por la propia supervivencia.
El ruido de los disparos y las espadas al golpear, se
detuvo. Una gran cúpula púrpura les engulló, y tras un estruendoso rayo todos y
cada uno de los soldados se desplomaron petrificados sobre el congelado suelo.
De entre la oscuridad del helado bosque del que ellos mismos
habían salido, surgieron cuatro fantasmas, seguidos de cientos de guerreros.
Los cuatro líderes se adelantaron y pasando sobre sus cuerpos se detuvieron
ante el oficial.
-Un
oficial… -dijo una de ellos.
-¿puedes
deshacer la parálisis? –preguntó lentamente otro de ellos.
-No es necesario…
pueden oírnos –respondió un segundo hombre.
-Pues…
-dijo la última de ellos agachándose sobre el oficial con una sonrisa- dile a
tu gobierno central que no se atreva a quitarnos lo que nos corresponde por
derecho. Si solo aquel capitán y su pequeña tripulación pudieron venceros hace
solo unos pocos años, imaginar todo lo que toda esa tripulación puede conseguir
ahora. No oséis pensar ni por un instante que acallareis nuestra voz o
postraréis nuestras rodillas, no somos piratas, no somos rebeldes, no somos
desertores, somos personas libres.
…
Pasaron las horas y nada se había movido en el campo de
batalla. Lentamente la cúpula había desaparecido y su cuerpo comenzó a responder
de nuevo a sus órdenes. Aún sin poder levantarse arrastró su cuerpo sobre la
congelada hierba y agarró el brazo de su camarada.
-Te… te
lo dije… -le dijo él tiritando- los hijos del dragón aparecerían tarde o
temprano. Ellos son su unión, ellos son
la fuerza.
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