domingo, 4 de diciembre de 2016

La promesa del dragón


La brusca fuerza del viento invernal le devolvió de la lejana tierra de sus pensamientos. Las olas golpeaban de forma brusca contra la lisa piedra del paseo. Lentamente continuó su marcha por aquella conocida ciudad. Habían pasado muchas cosas desde su última visita… si, había algo en esa ciudad que había cambiado.
El ruinoso castillo se alzaba frente a él en silencio, congelado por la llegada del invierno. Aun recorriéndolo lentamente pudo detectar la marca de sus garras en las paredes, el lugar dónde al fin conoció el verdadero fuego, el pequeño patio dónde había perfeccionado sus habilidades y su técnica, el rincón dónde uno de esos famosos nuevos capitanes había tropezado siendo solo un chiquillo, sonrió, el escondrijo dónde había sentido la oscuridad por primera vez en mucho tiempo… aquel era un lugar que había alimentado los sueños de muchos y enseñado a otros tantos. Un remanso que podría haber sido usado para el bien pero que el tiempo y la guerra acabó por corromper.
                -Aun tienes valor para volver… -el sonido de su voz le trajo alegría y tristeza al mismo tiempo.
                -No esperaba encontrarte aquí desde luego –respondió mientras sus ojos verdes miraban a la joven.
                -¿No? –Le dijo lanzando un sucio periódico lleno de manchas a sus pies -¿sobre todo después del titular? “Los guardianes bajo capuchas blancas han vuelto” Al principio pensaban que eras tú, pero luego se dieron cuenta que sus habilidades no eran iguales que las tuyas… han conseguido anular a todo un ejército en unas pocas horas, han arremetido contra los comandantes y se han expuesto frente un oficial quien se ha encargado de poner en alerta a todos los altos mandos.
                -No sé a dónde quieres llegar a parar.
                -Ellos son tu tripulación, tu “gremio” –respondió ella con desprecio- ¡¡Contrólalos!!
El joven dragón se acercó a la pared y deslizó sus dedos suavemente entre las garras grabadas en la piedra.
                -Este lugar me trae recuerdos. Unos muy buenos, otros tan tristes que arrancarían el corazón de cualquier hombre. Recuerdo aquellos días dónde se me criticó, se me persiguió y se me intento coaccionar en lo que mejor que sé hacer, educar. Recuerdo cada palabra: “Sigue enseñando tonterías, el futuro te devolverá a tu sitio”, “Esos jóvenes no llegarán a ser quienes tú quieres”, “¿Qué es ese símbolo que todos portáis? ¿Acaso crees que armarlos caballeros supondrá algún cambio para ellos?”… Después vino la última guerra y el primer objetivo fuimos nosotros. No solo arremetisteis contra mí sino que también contra todo lo que había conseguido y amaba. No soportabais la idea de dejar que nuestros aprendices pudieran aprender a través de su propia experiencia y reflexión, no queríais que vieran el mundo tal y cómo era en todas sus facetas, sino que pretendíais implantar una proyección propia desprovista de toda contradicción o debate. Aún hoy no sois capaces de entender cómo aun con vuestras ataduras, ellos fueran capaces de burlaros y encontraran en mi humilde gremio, un lugar en el que no se les juzgaba o castigaba por pensar o defender los ideales que ellos mismos forjaban a través del autoaprendizaje y reflexión. Aún a día de hoy no sois capaces de ver la oportunidad que desaprovechasteis. Teníais un lugar dónde personas completamente opuestas eran capaces de convivir con respeto y admiración, dónde soñar y cooperar por un mundo más justo y más humano se llevaba por una vez a cabo, dónde el crecimiento de cuerpo, mente y espíritu se unían en un camino personal, único y significativo. Pero aun así atacasteis. Quizá pensando que huiría, que no demostraría lo que como maestro enseñaba y aun pretendo enseñar, creyendo que dispersándonos y separándonos no habría una rebelión. Pero os equivocasteis y sufristeis el mayor golpe que puede existir, la verdad con hechos. Pudisteis sentir las consecuencias de herir no aún hombre, sino a una familia. ¿Dices que son mi tripulación? No… ya no. Afortunadamente ellos son capaces de viajar dónde quieran y con quien quieran, ¿dices que son mi gremio? Si… lo son, pero tú no entiendes el significado de esa palabra. Ellos son personas libres, responsables de sus actos, luchadores, personas de corazón noble, personas capaces de hacer lo correcto pase lo que pase aunque ello suponga correr riesgos o penalidades, ellos son lo que tu orden y tú jamás lograreis ser.
                -Hablas de educación cuando ni siquiera diste la cara cuando desapareciste. Eso es lo que tú enseñas…
                -Si vas a acusarme de algo… –le interrumpió el dragón con elegancia- por favor que sea por algo cierto, no meros rumores o tergiversaciones de la realidad. Si se me ha de acusar de algo acúsame de algo que no sea consecuencia de los actos de otros, y si tras conocer los hechos verdaderos yo considero que he obrado de forma errónea seré el primero en tratar de enmendar el error. Pero no esperes obtener frutos de un árbol quemado, de las ruinas un gremio… de una familia destrozada, del dolor causado por aquellos a los que sigues y apoyas. Que no te haya atacado no significa que no haya heridas que jamás sanen.
                -Será pues que tú eres quien no has puesto de tu parte para evitarlo.
                -Una auténtica persona…  -respondió apretando con furia su mano sobre el mango de su espada- es aquella que siempre intenta hacer lo correcto y lucha para que quienes ama no sufran.
                -¡¡Y lo dices tú que ni siquiera dudas un segundo en golpear cuando luchas!!
                -Puede que yo tenga claro porqué y quién lucho… ¿puedes decir tú lo mismo?
                -Mírate… -le espetó ella con asco sin percatarse del negro cielo que ahora les cubría- con tu mano en el mango de tu espada. ¿Acaso te crees mejor? –El viento comenzó a agitarse de forma brusca y en las montañas podían oírse los intensos golpes de los truenos-¿Alguien especial? Vamos… contesta.
                -¡¡BASTA!! –una estruendosa explosión destrozo la última pared del castillo.
La voz de una de los jóvenes capitanes le hizo sonreír. Las nubes se disiparon y el viento volvió a convertirse en ligeras brisas. Allí estaban cuatro de ellos, bajo sus capuchas blancas. Cuerpo a cuerpo, armas de fuego, magia, esgrima… cada uno tenía habilidades diferentes, y no por ello ninguno era más fuerte que cualquier otro.
                -Date media vuelta –le dijo la más delgada mirándole a los ojos- ésta ya no es tu lucha maestro…
El joven dragón los miró fijamente y sin mediar palabra, llamó al viento y su cuerpo desapareció.
                -¡¡Lo ves!! Escapas como un cobarde. Incluso tus aprendices me protegen a mí.
                -No te estamos protegiendo a ti… imbécil –exclamó uno de los cuatro apuntándola con una pistola.
                -Si se ha ido no es por cobardía, -continuó la otra joven, desenvainando sus tres espadas- sino porque no mereces que él siquiera se moleste en luchar contra ti. Le protegemos a él, para que no pierda ni un ápice de energía y honor con gente de vuestra calaña.
                -Sin embargo, -dijo el mago- deja que estos cuatro capitanes te digan una sola cosa a ti y a tu gente.
                -Cómo vuelvas intentar siquiera herirle –dijo la última capitana resquebrajando la pared con un puñetazo- haremos que no quede más que cenizas de cuanto os rodea.
Y sin decir nada más desaparecieron bajo el humo de una de sus bombas. Y allí viendo caer las piedras de la última pared de aquellas ruinas, la joven que una vez pudo haber tenido el corazón del joven dragón se dio cuenta de que aun a pesar de todo, él había cumplido su promesa de crear un legado libre. Un legado contra el que ningún ejército podrá siquiera medirse, un legado que luchará por ese estúpido sueño de paz.

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