Cuando el barco con mascarón de
lobo llegó al puerto de la gran isla, nuestro capitán cubrió su rostro con la
capucha blanca. No quería que nadie le reconociera. Pues fue en esa isla donde
comenzó su aprendizaje, donde recibió el barco, de donde se alejó para luchar,
donde comenzó la gran guerra, ya acabada afortunadamente.
Su tripulación, contenta de poder
descansar de tan largo viaje, se dirigió junto a los segundos de a bordo a la taberna. Él, sin embargo, comenzó
su marcha hacía el bosque. Dejando atrás poco a poco el pueblo. Le gustó entrar
en la espesura del bosque, tranquilidad, naturaleza, y vida, no había ruidos
extraños, ni problemas, solo el silencio roto por el canto de los pájaros.
Cuando por fin llegó, la puerta
de metal, se abrió antes de que pudiera siquiera tocarla. Cualquiera en esa
situación, es hubiera llevado un buen susto, pero él simplemente sonrió y
penetró en el castillo. Una extraña sensación recorrió su cuerpo. El castillo
estaba igual físicamente, pero su interior, no se parecía en nada al que él
recordaba. Quizá el nuevo señor del castillo tenga una nueva forma de ver las
cosas, pero seguía siendo eso, un hombre normal y corriente, y nuestro capitán
no había hecho tan largo
viaje para dar media vuelta.
Así que sin más dilación, pico a
la puerta de la gran habitación, y tras un “adelante”, entró. Por fin lo veía
el famoso señor del castillo, tan respaldado, tan famoso. Allí sentado,
sonriente, y mirándolo como si fuera un viejo amigo.
-Ya me
estaba preguntando, porqué tardabas tanto en visitarnos.
-¿Me
esperabas? -Pregunto nuestro capitán sorprendido.
-¡Ya lo
creo! Tus aventuras en el mar no caen en sacos rotos, y vuelan a una rapidez
increíble. Llevo meses siguiendo tu pista, y al final eres tu quien encuentra
nuestro barco.
-¿Barco?
¿Será isla? -Preguntó extrañado el capitán.
-Joven,
aunque en la gran guerra estuviéramos en bandos diferentes, deja que te enseñe
una lección que tus maestros no te han demostrado. No porque no quisieran, sino
porque no debían. Mira por la ventana el mar, por favor.
El capitán cauteloso se quitó la
capucha y miró… ¡Eso lo explicaba todo! La razón de que tardaran meses en
encontrar de nuevo a la isla, era que… no era una isla, ¡Era un barco inmenso!
Que se deslizaba por el mar lentamente. Eso explicaba el por qué nunca habían
sufrido un ataque, pues nunca estaban en el mismo lugar. El señor del castillo,
al ver la cara de incredulidad del capitán, soltó una sonora carcajada.
-¡¿¡No te lo esperabas verdad!?! Jaja.
-Pues no la verdad –admitió el capitán.
-Bueno ahora escucha, sé porque has
venido, si también lo sé –Añadió al ver otra vez la sorpresa del capitán – Tu
tripulación, y tu barco son bien conocidos aquí. Mira, el gobierno central
todavía no quiere dejarte volver de forma permanente, quieren que sigas
manejando el barco con el mascarón de lobo como hasta ahora. Esta situación
cambiará pronto, solo tienes que esperar una jornada más. Esa es lo único que
te puedo decir por el momento. La verdad que lo siento, pero yo solo cumplo lo
que me ordenan.
-Bien, bueno no te preocupes, la
verdad que me esperaba otra cosa, pero por lo menos no acaba aquí mi labor.
Espero que no te importe, que mi tripulación y yo, nos quedemos una noche aquí,
solo para descansar y comprar cosas necesarias para el viaje.
-Solo con la condición, de que cuando
salgas del castillo, no te vuelvas a poner la capucha, durante tu estancia
aquí. Aquí estas en territorio aliado, no la necesitas.
El capitán rió, y tras
despedirse, comenzó su descenso por el bosque, hacia la taberna del pueblo,
donde estaba toda su tripulación. Sin saber que al llegar, recibirá una
bienvenida que le marcará una sonrisa para toda la semana.
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