Bajo su capucha blanca, sus ojos verdes observaban todo a su
alrededor mientras sus piernas no cesaban de correr. Ella le seguía
persiguiendo, con los dos mejores mercenarios que había conseguido, pero había
cometido un error de principiante… estaban en su terreno. Se conocía cada
rincón, cada escondrijo, cada baldosa suelta, cada tejado. El castillo blanco
siempre le había dado cobijo, protección y entrenamiento, nadie podría
destruirlo jamás. El sol perdiendo el pulso a la luna, se comenzaba a ocultar,
era otro detalle a su favor.
Desde su primer escondrijo bajo el césped bien cuidado, pudo
observar, cómo el primer mercenario pasaba por encima. Con una habilidad y
destreza dignas de él, le agarró del pié y tiró hasta que calló en su
escondrijo. Bastó con un movimiento de manos para dejarlo fuera de combate.
Acto seguido trepó por la pared blanca a través de los balcones hasta el
tejado. Desde allí, en el pequeño campo de entrenamiento pudo identificar al
segundo mercenario. Sin dudarlo aprovechó el deslizante y resbaladizo suelo
para caer a su lado. Antes de que pudiera articular palabra, un puñetazo le
dejó inmóvil en el suelo.
Continuó fuera del castillo blanco, y salió hacia la playa.
En ella, la encontró, allí sentada frente a su barco, seguramente esperando
cumplir su objetivo. Al verle ella se levantó.
-Tus
hombres están inconscientes, podría haber acabado con ellos, pero no tenía
razones para hacerlo.
-¡Qué
significa esta carta del gobierno! –Gritó ella con rabia.
-No se
dímelo tú.
-El
gobierno central deja el control político de los mares, -comenzó a leer- y por orden internacional vuelve a adoptar su
antiguo nombre, y valores, volviendo a utilizar el nombre la Armada.
-Eso
significa que se te acabo la tontería.
-¡Y MÁS
ABAJO DICE QUE TÚ ERES ALTO MANDO! ¡TÚ, UN EXPIRATA!
-Un
pirata sino te importa. Yo sigo siendo capitán.
-A ver
si lo entiendo –dijo ella nerviosa- tú, un pirata, te has convertido en mi superior en rango y
méritos de guerra.
-Cuando
te uniste al gobierno central quisisteis destruirme, y no os parasteis a
escuchar ni a pensar lo que el pueblo quería. Esa fue la razón que me hizo
alzar la bandera negra. Todos y cada uno de los mandos del ejército, osasteis
enfrentaros uno a uno a mí, y ni siquiera destruyendo el barco que tú un día
prometiste proteger, pudisteis parar a la verdad y la justicia. Destrozasteis todo lo que tus
compañeros de armas (y a la vez mis maestros) habían construido, y cuando el pueblo se enteró, se alzó
junto a mi tripulación. Tus superiores se dieron cuenta de dos cosas: La
primera, fue que habían dejado de luchar por el pueblo, y la segunda, que yo
siempre había estado del lado de los necesitados, pasara lo que pasara. Ahora
los mares vuelen a ser un lugar libre, y la armada solo se ocupa de aquellos
que intenten destruir dicha libertad. Y tú, ahora estarás bajo mi mando, y no
creas que pondrás un pie en el nuevo barco, como superior tuyo te ordeno que te
dediques a formar a los reclutas, pero manteniendo tu rango, para que todo el
mundo recuerde que lo que hiciste hasta el final de tus días.
-¡HABLARÉ
CON…!
-Habla
con quien creas oportuno –interrumpió el capitán- Ahora solo respondes ante mí.
Escrito el día 16/09/2013.
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