El intenso silencio se vio interrumpido por el aterrador
grito. Las aves, presa del pánico salieron revoloteando segundos antes de que
sus nidos, su mundo de naturaleza... fuera consumido por el intenso fuego rojo.
Incluso desde el tejado del castillo pudo vislumbrar la sombra entre las llamas…
sabía cuál era su objetivo.
Sin pensarlo dos veces se dejó caer, era el momento de actuar…
-¡¡NO
ENTRARÁS EN ESTE CASTILLO!! –le gritó una vez hubo tocado el suelo.
Las llamas se intensificaron con furia, era fuerte… su
fuente era pura maldad. Como acto reflejo, sus dedos acariciaron su enfundada
espada, y en ese momento la duda entró en su mente, ¿por qué no? solo tendría
que desenvainarla, en un solo golpe caería… sin duda sería lo justo, lo
lógico… se lo merecía, sin duda, pero…
-¡¡NO
TE ATREVAS A DESAFIARME!! –gritó la voz entre las llamas- ¡TÚ JAMÁS PODRÁS
PARARME!
El ardiente cuerpo se lanzó sobre el suyo, sus manos
rodearon su cuello, quemaban… ¿por qué no lo hacía? el momento era crítico
solo uno de los dos podría vivir… solo tenía que desenvainar y atravesar con su espada ese
negro corazón para siempre.
El mundo comenzaba a desaparecer a su alrededor…
pronto podría dejar de respirar si no reaccionaba… sin darse cuenta en su mente solo había cabida para ellos,
aquellos que tanto amaba y protegía, no podía dejarles solos… y entonces cuando
sus ojos vislumbraron a sus soldados en la lejanía lo
comprendió… ¿para qué acabar con él? no merecía ese privilegio… nunca más lo
tendría.
Su pierna le golpeó, y sus brazos lo quitaron de encima sin
dificultad… desenvainó su espada, y con toda la rabia de su ser saltó sobre él…
El viento comenzó a soplar con fuerza… cada vez más y más…
las llamas, presas de su propia inestabilidad sucumbieron en cuestión de segundos
frente al huracán. Ambos temblaban… uno de rabia… había tomado la decisión
correcta, aunque dura; el otro solo podía mirar con miedo la espada clavada en
el suelo a escasos centímetros de su rostro.
-La
próxima vez que ataques a quienes amo… -comenzó mientras se incorporaba- no
tendrás tanta suerte… ¡¡TE LO JURO!!
Los soldados llegaron y lo miraron con cierto temor… sin
mediar palabra, se llevaron al cobarde que callaba con la cabeza baja.
-¿Qué
quiere que hagamos con él? –le dijo uno con timidez.
-Yo soy
maestro, enseño, no juzgo… llevarlo ante quien consideréis oportuno.
-Señor…
su cuello… -dijo otro de los soldados señalándole.
-¿No
habéis oído…? Alejarlo de este lugar e intentar que no vuelva a actuar…
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