El viento ya no soplaba, la luz del mundo se apagó a su
alrededor, el frescor de la vida había desaparecido… ni siquiera había tierra
natural sobre la cual pisar. Aquella habitación era aterradora, pero él no se
movió ni un centímetro. Permaneció allí en medio de los 4 tronos, sentado en
aquel frío suelo, esperando… su expresión era tranquila, ojos cerrados,
respiración calmada… parecía como sumido en un sueño, y en parte así era.
Su mente veloz cómo una estrella fugaz le tele transportó a
sus recuerdos, su maestro, sus esperanzas, sus promesas, los cambios… túnicas
de capucha blanca, la bandera negra, sus viajes… su muerte, la expulsión de los
cuatro, la disputa con las estrellas, el ataque de aquel con el que compartía
sangre… “¿Qué te ha pasado? Te has
vuelto… frío… distante…” recordó esas palabras. Era cierto… había cambiado.
Ya no confiaba, no descansaba, no buscaba… ya no amaba, y así fue cómo volvió a
disfrutar de la vida.
Lentamente abrió los ojos, era el momento, él estaba allí.
Escucho el sonido de sus pasos durante unos minutos, y como salido de las
sombras un joven de capucha gris se mostró ante él portando sus pesadas
cadenas. Su encuentro era inevitable, no había duda, era él… el pasado.
Levantándose respiró hondo, y poco a poco controló su
respiración… tomo conciencia de todo su cuerpo, despejó su mente, y corrió
hacía él. Una vez había vuelto a respirar, la joven Viento dulce y resistente con su larga melena dorada
renació; tras controlar su cuerpo, de las profundidades con su eterna seguridad
emergió el joven Tierra firme y sabio;
cuando hubo conseguido despejar su mente, majestuosamente llego Agua lleno de
solemne frescura y vida; y una vez comenzó la carrera produciendo un sonoro
estallido surgió el poderoso y fuerte Fuego con su cariñosa sonrisa irónica.
Todos ellos, ya sentados en sus respectivos tronos, eran los nuevos elementos
de su corazón, aquellos que le darían fuerzas contra el nuevo enemigo.
Aun a pesar de sus cadenas, bajo su capucha grisácea, se
lanzó hacía él. Sabía que no podría eliminarlo, destruirlo, olvidarlo… claro
que lo sabía, pero tampoco iba a llevarlo con él.
-¡¡Ya
basta!! –gritó sin poder evitarlo cuando su puño golpeaba brutalmente la cabeza
del encapuchado contra el suelo.
Nadie habló en la habitación, solo se oían el contacto de
las gotas de sangre que caían de su mano con el suelo. El inmóvil cuerpo
encadenado desapareció dejando simples cenizas en aquel suelo resquebrajado.
Sus ojos verdes miraron a los cuatro, confiaba en ellos…
Lentamente volvió a abrir los ojos. La hierba era una
almohada fresca, el frescor del viento era su aliado, y un hermoso cielo estrellado
se mostraba ante él, había pasado mucho tiempo desde que había observado a las
estrellas… y en respuesta a sus pensamientos por primera vez en su vida, una
estrella fugaz le permitió ser el único observador de la belleza del mundo.
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