Los sonidos del bosque fueron interrumpidos por el sordo
sonido de las pisadas contra el suelo. Ese
suelo suave en el que poder caminar descalzo, como si de una verde alfombra
blanda se tratara. Ella, sentada en su gran trono de piedra le observaba con incredulidad… quizá también con algo de temor.
Había que reconocerlo, no mostraba un porte adecuado, sus ropas estaban llenas
de barro y sangre, cojeaba, su brazo izquierdo estaba muy malherido incluso
parecía muerto, tenía el labio reventado y dos grandes hilos de sangre
recorrían todo su rostro desde la cabeza.
-Tú…
líder de una rebelión, el hijo del viento, poseedor de grandes victorias,
temido y odiado por muchos, seguido por otros cuantos a los que pretendes
proteger… tú… no sé qué puede ofrecerte una servidora del corazón, de las
miradas, de las palabras, de un beso bajo las estrellas y bajo el sol, de las
sonrisas de confianza, de los abrazos por la espalda…
-Una
explicación.
-¿Una
explicación? –Preguntó sorprendida, ¿cómo osaba un humano cualquiera pedir tal
cosa?- Y… ¿por qué crees que debería yo concederte tal…?
-¿Por
qué? –Interrumpió él con desprecio- porque siempre has hecho que pasara algo,
ambición, dolor, miedo, confusión, obstáculos… nunca he tenido la oportunidad de alcanzar
aquello que con tanto orgullo dices amparar. Quizás en esto sea prácticamente un
novato, incluso torpe no lo sé, pero al menos soy capaz de proteger y apoyar a
las personas, de sacar una sonrisa en los peores momentos, de escuchar cuando
parece que todo el mundo es demasiado ruidoso, de buscar una salida cuando
todas las calles están cerradas, de tener el valor de luchar cuando ya nadie
tiene esperanza, de sorprender cuando ya se cree haber visto todo, de conseguir
enseñar aquello que nadie había sentido jamás, de sentir lo más profundo de las
personas cuando parece que el mundo no es capaz de darse cuenta de lo que
sienten, de dar ese abrazo en el momento que más necesitamos, de alcanzar los
sueños, las esperanzas y los momentos que tanto nuestros corazones necesitan…
El silencio entre ambos se prolongó durante minutos. Ella no
sabía que contestar, ¿quién era ese infeliz? ¿Por qué podía sentir su dolor? Y
lo más importante, ¿por qué no le tenía miedo como todos los demás?
-¿Quién
eres?
El viento comenzó a acariciar las copas de los árboles, a
pasar entre los troncos, a tocar la música de las hojas, a alborotar su cabello…
-Soy
aquel que siempre escucha, que siempre espera… soy aquel que ha tenido el valor
que muchos otros no tienen, soy aquel que ha muerto por querer alcanzar lo que
todo ser humano merece, soy aquel idiota que siempre estará ahí.
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