La fría brisa nocturna refrescaba su hocico, el silencio
penetraba por sus peludas orejas, la tierra estaba fresca… el más feroz cazador
de la noche aún con su manada dispersa, controlaba cada detalle a su alrededor.
Era la primera vez que volvía por allí desde el ataque… pensó para sí mientras
comenzaba su paso ya erguido. Todo estaba destrozado, pero la naturaleza de
forma inusual embellecía de nuevo aquel magnifico lugar combinándose con las
blancas ruinas del castillo. Parecía como si ya hubiera pasado toda una vida…
El sonido del canto de los pájaros atrajo su atención. Allí
estaba… entre rocas destrozadas y basta naturaleza, el árbol de su familia, su
tesoro más preciado, la base de todo su ser… sonriendo con melancolía echó atrás
su capucha y se acercó. Sus rodillas tocaron pesadamente el suelo, había
luchado con todo su corazón y había perdido… ¿qué pensaría de él?
Hacía ya diez años… diez años en los que había tenido que
dejar de ser un aprendiz para ser el maestro, años de muchos enemigos, luchas y
heridas. Diez años en los que él no estaba ahí, diez años de vida de aquel
árbol, diez años sin ver su rostro
lleno de ternura y cariño.
Lo que más le dolía era no haberse despedido de él como se
merecía. Diez años en los que cada día había pensado en él.
-El árbol
sigue en pie… -el sonido de su voz le tranquilizó. La llamada Garra de León se
sentó a su lado.
-Si…
-repuso él con una sonrisa- lo echo de menos… cada día…
-Lo se…
-y tras un momento continuó- yo… no le
conocí, ¿cómo era?
-No
había nadie igual que él, siempre tenía la frase perfecta para cada momento,
era increíblemente fuerte y valiente y los animales le adoraban. Recuerdo que
mi madre solía contarme que en solo una noche y sin ayuda fue capaz de
trasladar los ataúdes de un cementerio entero para que la expansión de la
ciudad no lo demoliera y la gente pudiera seguir visitando a sus muertos, otra
vez recuerdo que se enfrentó él solo a una banda de moteros que me atacaron
cuando era un niño, llegó a jugarse su propia vida muchas veces sin dudarlo por
proteger a los suyos. Él era mucho más que un solo hombre… no había nadie más leal, tenía el corazón más
grande que jamás yo hubiera visto. Era muy orgulloso y cabezota, y odiaba
perder en cualquier juego o apuesta, sin embargo jamás vi flaquear su humildad.
Todos temían enfadarle, pues cuando lo hacía, la mismísima tierra temblaba a su
paso, aun así todos le querían y respetaban. No había nadie que no confiara en
él, y aunque a veces si podía resultar demasiado soñador, siempre estaba ahí
cuando lo necesitabas para escucharte y ayudarte. Su sola presencia me hacía
sentir seguro. Él me enseñó a ver más allá de las apariencias, a luchar por mi
libertad y mis ideales, a sacar siempre la mejor de mis sonrisas, él me enseñó
a amar. No he conocido jamás un hombre como él…

-Me
hubiera encantado conocerlo… -repuso abrazándolo mientras disimulaba no haber
visto las lágrimas de su amigo- te dejaré a solas unos minutos.
Su mano acarició el viejo tronco, y rompió a llorar, echaba en
falta sus lecciones, su entrenamiento, sus trampas, cuando se hacía el dormido,
su forma de ser “corrompible”… echaba de menos a su maestro y mentor, a su confidente,
y aunque sabía que a él no le gustaba que lo llamaran así, su corazón gritó al
viento que echaba de menos a su abuelo y el viento le respondió…
CONTINUARÁ…
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