El fuerte golpe de viento le levantó bruscamente del suelo
alejándole del árbol. El cielo bajo el influjo de la gran capa de nubes, tornó
al negro más siniestro y frío jamás visto. Cómo si de una bomba se tratase,
cada partícula de viento penetró por sus fosas nasales y su boca, abriéndose
paso hacía cada extremo de su cuerpo. Lo sentía de nuevo en su interior, el
fresco aroma de una brisa mañanera, la letal furia de la tormenta, la
maravillosa capacidad de poder estar en cualquier rincón del planeta. A sus
pies notó el calor del árbol ahora pasto de las llamas, el azulado fuego volvió
a sus manos, poco a poco sentía como sus ardientes raíces se introducían en lo
más profundo de su corazón.
Tenía de nuevo el control de aquello que había perdido hacía
tanto tiempo. Sus labios susurraron al viento “gracias” y el cielo respondió a
su llamada. Tan letal como rápido y fugaz, el rayo calló sobre él. Notaba su
intensidad, su fuerza, su capacidad de destrucción…
…
El estruendo de la explosión y el sonido de las alarmas la
despertó de forma repentina. ¿Un ataque? No podía ser posible… no había nadie
ya que pudiera siquiera enfrentarse a ella. No pudo evitar emitir un grito de
sorpresa al vislumbrar todo desde su ventana. A un lado desde el mar, barcos reales se
acercaban a cañonazos, a las afueras del castillo todos los jóvenes renegados a
los que habían exiliado gritaban clamando justicia mientras más y más de sus
tropas desertaban uniéndose a la multitud, pero lo que más temía se aproximaba
con paso tranquilo entre el humo y las llamas de lo que antes había sido una
gran puerta metálica.
Bajo su capucha blanca, él avanzaba caminando con paso firme
y decidido. Antes de que el primer mercenario se diera cuenta de su fallido
ataque, la garra del oso le abrió en canal. Con la habilidad del lobo esquivó a
los dos siguientes, despedazando al instante el cuello de otro infeliz iluso
con intención de atravesarle. Con la vuelta de su cuerpo humano, la furia del
viento expulsó con fuerza a cinco más, el sonido de los disparos quedó ahogado
bajo los gritos de terror cuando las balas sucumbieron ante las llamas azules
que le protegían. Aun desde la más alta torre supo que justo en ese momento,
entre el humo y las azuladas llamas del fuego fatuo, sus verdes ojos le habían
encontrado.
Su puño golpeó con fuerza el suelo y la fuerza del trueno
impulsó el cuerpo del halcón hacia su dirección. Antes de que pudiera
reaccionar, la ventana de piedra estalló dejando que los rayos y las intensas
llamas acabaran con todo a su alrededor.
-He
venido a confesarme… -su voz sonaba completamente diferente, ya no era amable, ni
tierna, ni prudente, sonaba fría y ardiente al mismo tiempo- confieso que
perdí… que caí ante tus trucos, que perecí impotente bajo el poder de tu
influencia, que supiste aprovechar la fuerza de todo lo que amaba como mi
propia debilidad. Confieso que me has hecho perder mis esperanzas y mi objetivo
de crear un mundo dónde vivir en paz todos juntos…
-Eres
un pirata… un rebelde.
-No… soy
libre, pero tú y los de tu calaña os habéis dedicado a intentar cambiarlo.
-Tú y
los tuyos no merecéis siquiera pisar por dónde nosotros pisamos. Sois parásitos
que deben ser controlados.
-Control…
eso es lo único que os importa. Queréis una paz vacía, obligando a las personas
a seguir un credo que solo lleva a un mismo camino, a vuestro camino. No
apostáis por el respeto, por la ayuda, solo control… y para ello era necesario
quitarnos de en medio ¿verdad? Llevarse por delante a más de cien personas… ¿y
yo soy la escoria? Puede que me hayas vencido, cierto… lo has conseguido, pero
eso no significa que no haya consecuencias…
-¿Vas a
eliminarme?
El frío filo de su espada tocó su cuello… el sonido de pasos
acercándose le hizo sonreír.
-No
mereces otra cosa… pero la verdad, me das tanto asco que no voy a ensuciarme
las manos por alguien cómo tú. Además creo que pronto se encargarán muy bien de
ti.
-Tú
sacrificio no ha servido para nada… aún queda una de nosotros.
-Créeme,
tanto mal has creado que aunque no tenga el placer de ser yo el que termine con
esto, esa persona fracasará. Sí tú tienes una persona, yo tengo más de cien,
familias enteras dispuestas a levantar su voz en pos de la verdad… de lo
correcto.
Y dicho esto su cuerpo desapareció bajo el paso de la brisa
que traía la calma, la paz. Cuando las tropas de la armada real entraron en lo
que quedaba de la estancia, la anciana general comprendió que por muy poderosa
que fuera jamás podría destruir a un hombre libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario