El sordo sonido de las gotas de lluvia golpeaba contra la lisa piedra de las murallas manchadas de sangre. Los restos de fuego luchaban por sobrevivir agitándose contra su eterna enemiga. En el medio de la pradera interior del castillo, ellos, los legendarios dragones, se miraban los unos a los otros en silencio… unos cabizbajos, permanecían alejados de la pelea, otros simplemente pretendían aguantar sus lágrimas bajo sus rostros empapados por la lluvia.
Un rugido aterrador rompió el sepulcral silencio y uno de
ellos se lanzó contra su compañero, el cual acabó por tumbarlo de un solo golpe
contra el suelo. Antes de que pudiera siquiera darse cuenta una gran bola de
hielo golpeó al segundo dragón lanzando su cuerpo de forma violenta contra el
muro, mientras el afectado se recuperaba del tremendo golpe, diversas esquirlas
de piedra maciza encerraron al tercer congénere como si de una jaula se
tratase. El dragón de la tierra no llegó a transformar sus brazos en afiladas
espadas pues no pudo ni siquiera sentir a su compañero hasta que este último le
clavó sus venenosas fauces en el cuello. Sin embargo, el dragón de metal no
dudo ni un segundo en aprovechar el momento para noquear al responsable con la
patada más dura de la tierra.
El sordo golpe metálico del cuerpo del dragón golpeando
violentamente contra el suelo, seguido de un segundo rugido aún más fuerte que
el anterior volvió a traer el silencio. Un nuevo dragón se había metido en la
dura batalla, su cuerpo desprendía una intensa energía verde, puede que a
nivel físico no fuera el más fuerte de
ellos pero en su mirada se podía vislumbrar su posición respecto al resto, pues
él era uno de los pocos dragones invictos, aquel con mayor con número de
victorias y batallas a su espalda. Su común calma y actitud relajada había
desaparecido dejando entrever la llegada de la verdadera tormenta.
Sus compañeros poniéndose en pie dispuestos a seguir
peleando le miraron y el viento se agitó. Uno de ellos gruñó y el recién
llegado respondió mirándole mientras levantaba una ardiente garra de azulado
fuego fatuo. El resto rugieron al unísono quedando ahogados bajo el estruendo
golpe de los truenos contra el suelo.
Todos los dragones se miraron y dejando caer sus cuerpos o sus rodillas
sobre la fresca hierba, indicaron el fin de la batalla.
Había decidido intervenir porque un conflicto de semejante
calibre no supondría nada más que dolor y sufrimiento. Él, que ahora
desaparecía tan rápido como había llegado tras un sordo golpe de viento, había
decidido entrar en la batalla para recordar cual era el objetivo común, las
razones por las que todos habían luchado y aún luchaban bajo una sola bandera
sin importar el lugar de procedencia o el pasado. Había intercedido para recordarles
su calidad de dragones, su compromiso… su deber como guardianes de sus
elementos, PROTEGER LA INTEGRIDAD DEL MUNDO Y SALVAGUARDAR LOS VALORES DE
LIBERTAD, RESPETO Y AMOR COMO SI DEL MAYOR TESORO SE TRATARA HASTA EL FIN DE
SUS DÍAS.
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