La fresca brisa del viento acarició las copas de los
árboles, los ancianos paseaban tranquilos, los jóvenes tirados bajo la sombra
de las arboledas reían y hablaban en pequeños grupos, los niños jugaban y
corrían de un lado para otro con una sonrisa en los labios quedándose hipnotizados
cada vez que un perro desfilaba alegremente junto a su fiel dueño. Ese pequeño valle
se había convertido en un auténtico remanso de paz, un lugar dónde la política,
la corrupción, el dinero, la religión o el lugar de procedencia, no importaban.
Su eterno y orgulloso guardián, sentado sobre el tejado del gran puente lo
sabía, y desde aquella aventajada posición observaba cada esquina, cada
movimiento, cada situación.
-Ya no
portas la armadura del dragón… -dijo una voz a su espalda haciéndole sonreír.
-No
-contestó el joven mientras su mejor amiga se sentaba a su lado-. Por el momento,
las batallas han cesado y me estoy tomando un descanso.
-¿Qué
pasó durante estos dos meses? –Preguntó su compañera mirándole a los ojos y sonriendo.-
Las últimas noticias fueron sobre la gran batalla de los dragones, y cuando
volví al castillo tú ya no estabas.
Él la miró y sonrió. Llevaba el mismo atuendo que él, una
armadura ligera de capucha blanca, peto y hombreras metálicas, las hojas
especiales y una gran cantidad de armas.
-Pues es
una larga historia compañera, tras la batalla entre nosotros, el resto de dragones
lograron resurgir de sus cenizas y avanzar hacia ese objetivo común. Pero notábamos
el cansancio de las batallas continuas y aun había tierras que recuperar del
enemigo…
CONTINUARÁ...
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