La veloz patada pasó rozando su ceja, necesitó de la fuerza del oso para bloquear el siguiente puñetazo, gracias al reflejo de los ojos de su atacante pudo esquivar el siguiente ataque por la espalda haciendo que el tercer salteador chocara contra el segundo.
-Regla
número 146 cachorros… -dijo mientras esquivaba una auténtica bola de fuego de
uno de sus pupilos de forma que golpeara a otro pequeño grupo de compañeros-
Mira siempre a los ojos. Son la ventana para que tus aliados puedan sentir tu
confianza y la forma en la que tus enemigos pueden percibir tu determinación. A
través de ellos podemos prever la mayor parte de los ataques críticos.
Desde los árboles cercanos un tercer equipo de seis saltaron
en picado hacía él complementando el ataque frontal de sus aliados.
-¡¡Regla
249!! –Chilló él golpeando el suelo con un puñetazo eléctrico- No siempre la
altura te dará la victoria, -un rayo calló sobre él dispersando el ataque aéreo
y paralizando el frontal con la onda expansiva- mantén los pies en la tierra,
pues desde ella podrás saber realmente cuán lejos está tu objetivo. –E internándose en el bosque continuó- Regla
número 63, se cauto y sigiloso, aprende a desaparecer y observa desde la
distancia, te dará otra perspectiva del mundo que no todas las personas pueden
percibir.
Sus pasos eran seguros y decididos. Cada roca, cada rama de
los árboles, cada cueva… conocía el bosque del palacio como la palma de su mano
y desde la rama de un árbol pudo reconocer las encapuchadas sombras blancas de
sus aprendices buscándolo.
-Regla
119… -susurró- conoce el terreno, fúndete con él, aprende todos los atajos y
peligros, todos los escondites o refugios, controla cada uno de los posibles
recorridos. Sé cómo un fantasma en la nieve, actúa siempre en las sombras para servir a la luz.
Y siguiendo a sus encapuchados cachorros hasta la gran
cascada les vio desaparecer. Sonrió y sin dudarlo usando el alma del halcón se
arrojó al vacío con un salto en picado. La frescura del agua le hizo
estremecerse debido al sudor del entrenamiento, pero cuando su cuerpo hubo salido
del río, calló hacía atrás quedándose sentado en la orilla mientras la hoja de
una espada le tocaba el cuello.
-Regla
número 16… –dijo uno de sus aprendices mientras él y sus compañeros (quienes le
habían rodeado en un círculo) enfundaban sus espadas- desarrolla y confía en tus
propias capacidades, pero cuida sobre todo las de tus amigos y aliados, pues
ellos son y serán tu escudo y tu espada, tu grito en la batalla. Recuerda
siempre que por muy fuerte sea el enemigo o muy difícil sea el obstáculo, la
unión hace la fuerza…
Atónito, aceptó la mano de su aprendiz y se levantó, sin
poder reprimir una sonora carcajada que
confundiría a sus pupilos.
-¡¡BUEN
TRABAJO CACHORROS!!
Antes de que pudiera darles un abrazo, el sonido de un
halcón les llamó.
-Como
siempre, –dijo el dragón mirando al cielo- el tiempo nos marca el final. Es la
hora… debéis volver al palacio.
Sus queridos alumnos le miraron sonriendo. Había sido unas
semanas duras para ellos, aun eran bastante jóvenes y en sus rostros se leía
las ganas de volver junto a sus familias.
-Recordar
todo lo que habéis aprendido. Tenéis mucho talento pero no olvidéis que incluso
el más joven de los niños puede daros una lección. Hacer que me sienta aún más
orgulloso.
-¡¡Gracias
maestro!! –exclamaron todos iniciando el retorno.
Él se quedó allí, sonriendo y respondiendo con su mano los
alegres “Hasta pronto” de los últimos del grupo. Cuando el sonido del río
volvió a hacerse dueño del bosque, dos finas lágrimas recorrieron su rostro.
-Regla
número 400, -susurró el joven dragón- despídete siempre apropiadamente de tus
seres queridos, pues a veces un “Hasta luego” puede ser un “Adiós”. Yo ya no
tengo nada más que enseñaros, sé que brillaréis y haréis temblar al mundo. Adiós
pequeños, estoy orgulloso de vosotros…
…
-Pero…
¿por qué no se lo dijiste? –preguntó su amiga mirándolo con tristeza.
-Porque
por mucho que tú y yo podamos enseñar. Hay lecciones que solo la vida puede
darnos…
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