-¿Entonces permaneciste en el castillo?
-Durante
unas pocas semanas más –contestó él asintiendo y mirando al horizonte en
silencio.
…
La extensa pradera del castillo se extendía a su alrededor,
él meditaba sentado, con los ojos cerrados, en silencio… notaba cada árbol,
cada roca, cada brisa del viento. Percibía el peso de su armadura, el canto de
los pájaros, el sonido de las cercanas olas del mar, el movimiento del
castillo, todo parecía normal. Todo… hasta que los pájaros dejaron de cantar y
un sepulcral silencio se adueñó de todo el palacio.
Abrió los ojos y esquivó el ataque de la sombra. Antes de
que pudiera ni siquiera percatarse del negro atuendo de su enemigo, bloqueó el
puñetazo de un nuevo atacante. La joven al ver fallido su golpe, usó su propio
cuerpo y se impulsó junto a su compañero. Ambos comenzaron un segundo ataque,
pero sin siquiera darse cuenta otras veinte sombras se unieron a la pelea. Eran
demasiados incluso para él, quien solo podía esquivar los ataques y repeler a
algunos atacantes, pero había algo en su estilo de lucha que no entendía. Algo
familiar y extraño al mismo tiempo, agresivo y a la vez elegante, silencioso
pero eficaz, coordinado pero individual. Llamó al viento y se
dispuso a golpear el suelo para repelerles a todos con la onda expansiva, pero
uno de ellos previó el ataque y con una patada desvió su mano desviando el
ataque hacia el cielo. Intentó golpear con el fuego fatuo pero antes de que
siquiera fijara un blanco un pequeño grupo le arrojó al lago. Gritó el
nombre del trueno pero ellos fueron capaces de adelantarse y esquivar cada uno
de los impactos eléctricos. Harto, llamó a la bestia y con la fuerza del oso
intentó golpear, pero el más robusto consiguió bloquear su zarpa, con el lobo
intentó morder pero los más pequeños y ágiles le sujetaron su hocico, intentó
volar con el halcón pero con una impresionante patada lo lanzaron en picado
contra el suelo. De dos en dos le sujetaron de pies y manos dejándolo indefenso
boca arriba. Lo único que protegía su magullado cuerpo de la lucha, era su armadura
del dragón. Se habían adelantado a cada uno de sus movimientos, ¿Cómo era
posible? No… no podía permitirlo, daba igual cuantos o cuan fuertes fueran,
nadie podría pararle. El dragón comenzó a rugir en su interior, y aún sujeto al
suelo su piel comenzó a escamarse…
-¡¡Vamos
ríndete!! –Gritó uno de ellos. El joven dragón emitió un gruñido de sorpresa,
esa voz le era muy familiar.- ¡¡Al fin lo hemos logrado, hemos sorprendido al
maestro!!
El rugido del dragón se adueñó del lugar, todos y cada uno salieron disparados unos metros más allá de él. Habían dicho “maestro”
estaba seguro, pensaba una y otra vez mientras corría hacia uno de ellos y
retiraba la negra capucha dejando al descubierto su rostro.
Calló hacia atrás y sin poder reprimirse comenzó a llorar a
pleno pulmón. Ahí estaban ellos, aquellos que hacía tanto tiempo tuvo que dejar
atrás en aquel lejano bosque de su tierra. Dónde la maestra de maestros le
había enseñado casi todo cuanto sabía, dónde por primera vez unos pequeños
niños le llamaron maestro. Dejó aquel lugar con el corazón partido debido a no
poder llevarse a sus jóvenes pupilos como había hecho anteriormente con su
tripulación, eran demasiado jóvenes y él debía liderar toda una revolución
junto a su flota. Y ahora allí estaban ellos mostrando las habilidades que él
mismo les había enseñado pero con una destreza y adiestramiento individual.
Los demás dragones atraídos por su rugido, reían mientras él
lloraba y les abrazaba sin parar. Ellos, sus niños se habían convertido en unos
jóvenes maravillosos y ahora estaban allí en las filas delanteras.
-¿Qué
hacéis aquí? –preguntó él entre soñozos e intentando limpiar las lágrimas.
Una de ellos se acercó y tras abrazarlo de nuevo le dio un
pequeño papel. Tenía el sello de su maestra, de su mentora… abriéndolo sin
dudar lo leyó:
“A ti mi mejor aprendiz, el capitán que venció en las dos grandes
guerras, el exlíder rebelde, el caballero del dragón, el maestro sobre quien he
depositado todos mis conocimientos y experiencia, te devuelvo lo que te corresponde
por derecho, el mando de tus propios aprendices. Entrénalos para que como tú
sean personas libres de elegir su propio camino, personas perseverantes y de
corazón noble, que sueñen y luchen por un mundo sin corrupción ni maldad y por
valores como la integridad, lealtad, libertad y el amor por la vida.
Hazme sentir orgullosa
y nunca olvides que yo apuesto siempre por ti…”
-Así que… -dijo el dragón levando la mirada hacia sus
pequeños ya no tan pequeños- volvéis a estar bajo mi mando –y sonriendo se
levantó y colocándose en posición de batalla comenzó su última lección para con ellos-. Regla número
uno jamás dejes nada a la mitad. A ver de que estáis hechos cachorros…
CONTINUARA...
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