El silencio de la habitación fue interrumpido por el lento
recorrido de la pluma sobre el papiro. No quedaba nadie en aquel blanco
castillo salvo él y sus dos compañeros… pero de eso ya hacía muchos años. Él
escribía bajo su capucha blanca, con la sonrisa de alguien que había recuperado
la paz.
Una vez hubo terminado su carta, lentamente limpió la pluma
y la dejó delicadamente en su estuche. Sonriendo tras un suspiro, comenzó a
releer la carta dirigida a su más preciada compañera.
…
-¡Vamos!
–Exclamó la voz del dragón superando al sonido del galope de los caballos- No
mostréis temor, ni duda, dirigirles con decisión, confianza y coraje.
Una vez la mayoría hubo marchado al galope junto a sus
compañeros, volvió a centrar la atención sobre la joven muchacha que incapaz de
subir a lomos del corcel, le miraba con una mezcla de nerviosismo y
desesperación.
-Venga…
tú puedes hacerlo.
-Es
demasiado alto y fuerte para mí –dijo ella frustrada-. ¿No podría coger uno de
los potros?
-Sabes
que los potros son solo para los más jóvenes. Vamos, tú puedes. Solo tienes que
tener confianza en ti misma y superar tu miedo. Yo estaré a tu lado guiándote.
Ella suspiró con miedo, pero obedeció y comenzó a subir a
lomos del corcel. La verdad es que tenía parte de razón. Su cuerpo era aún
frágil y con poca fuerza, pero al mismo tiempo era demasiado mayor como para
continuar con los potros. Todos sus compañeros habían conseguido dominar a sus
caballos excepto ella.
-Comienza
dándole un pequeño golpecito con los pies –dijo el dragón una vez se hubo
subido.
-No…
-repuso ella con lágrimas en los ojos. Estaba aterrada.
-Es
solo un caballo –repuso mientras le acariciaba las crines para tranquilizarlo-.
Observa, él siente tu nerviosismo, tu miedo… solo tú puedes dirigirle y tienes
que hacerlo con seguridad y decisión. Habrá momentos en tu vida que tendrás que
arriesgarte y avanzar. Por mucho miedo que tengas a tus enemigos, ellos no te
van a dar la oportunidad de dudar. Deberás hacerles frente, pues habrá momentos
en los que solo tú, deberás salir a pelear sola independientemente de cómo
estés de asustada. Vamos… da solo un suave golpecito.
Ella aún con las lágrimas en los ojos obedeció y tras un
resoplido él caballo comenzó a caminar con lentitud.
-Eso
es… -susurró el maestro con una sonrisa- ahora cuando llegues al muro, utiliza
tú mano derecha con fuerza para tirar de la correa y girar su cuerpo hacia ese
lado.
-¿Y si
le hago daño? –preguntó ella con nerviosismo mientras el caballo comenzaba a
aumentar la marcha.
-No le
harás daño te lo prometo, ahora tira de las cuerdas hacia ti para frenarle y
haz lo que te he dicho.
-¡No!
–exclamó soñozando, me tirará.
-Si no
lo haces sí que te va a tirar, vamos, solo hazlo.
Lentamente tiró del corcel hacía atrás pero no con la
suficiente fuerza. Y emitiendo un relincho el corcel comenzó a galopar hacia el
muro.
-¡HAZ
LO QUE TEDIGO, GIRA HACÍA LA DERECHA CON TU MANO Y TU CUERPO! –Exclamó el
maestro nervioso y enfurecido.
-¡NO
PUEDO, QUIERO BAJAR! –Exclamó ella rompiendo a llorar. Mientras el caballo se
volvía ya incontrolable.
Antes de que pudiera decir nada más, el corcel se elevó
sobre sus cuartos traseros y el cuerpo de la joven muchacha salió disparado
hacia atrás. Sin dudarlo ni un segundo, llamó al rayo y golpeando con él en el
suelo impulsó su cuerpo. Estiró su mano
derecha y con un fuerte golpe de viento lanzó al caballo unos cuantos metros
más allá, mientras que con su izquierda usó el mismo golpe para girar su cuerpo
ciento ochenta grados a ras del suelo. Cuando el oso la rodeó con sus brazos y
su cuerpo, rebotaron un par de veces en el suelo antes de estrellarse contra la
dura pared de piedra.
Tras unos segundos inmóviles, su cuerpo comenzó a tornar de
nuevo a humano. Ella que antes se había aferrado al basto pelaje del oso, seguía
ahora aferrada a su verde armadura mientras continuaba llorando y chillando
cuanto le odiaba. Tras unos minutos sus ojos le miraron con un odio que jamás
en su vida olvidaría y salió corriendo hacia el interior del gran castillo.
Tras informar a su superior, el día continuó con normalidad.
El grupo volvió a salir después de comer pero esta vez él debía adiestrar a los
más jóvenes en arquería. Una vez llegada la noche, se dirigió hacia los
establos y lentamente se acercó al caballo de la muchacha.
-Hola
compañero… -le susurró acariciándole el cuello- siento haberte golpeado antes,
pero era por su bien.
-Maestro…
-le susurró la voz de la joven a sus espaldas.
El joven dragón se giró con su habitual sonrisa, pero antes
de que dijera nada ella le abrazó y tras unos minutos en silencio cogió su
caballo y lo sacó de los establos.
-La
verdad, no puedo entender como lo haces -dijo la voz de su superior desde la
puerta viéndole alejarse-. Esta tarde, esta muchacha ha salvado a uno de sus
compañeros. Cuando estaban regresando al pueblo uno de los dragones se dio cuenta
de que faltaba uno de los aprendices más jóvenes. Al no encontrarlo y comenzar
a oscurecer, di la orden de volver con todo el grupo y volver a salir para
buscarlo solos, pero ella aprovechó un descuido y robando uno de los caballos
de sus superiores salió al galope de nuevo hacia el bosque. Al cabo de unos
minutos ambos muchachos volvieron. Según el joven, una manada de lobos lo
habían acorralado y tu aterrorizada aprendiz apareció justo a tiempo para agarrarle
y subirle junto a ella y escapar –poniendo la mano sobre su hombro, su superior
continuó-. Buen trabajo maestro…
Dos finas lágrimas escaparon de sus ojos e intentando tapar su rostro fue tras ella para reprimirle, sancionarla... y luego abrazarla.
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