martes, 17 de octubre de 2017

El caballero del dragón (Parte 3)





El silencio de la habitación fue interrumpido por el lento recorrido de la pluma sobre el papiro. No quedaba nadie en aquel blanco castillo salvo él y sus dos compañeros… pero de eso ya hacía muchos años. Él escribía bajo su capucha blanca, con la sonrisa de alguien que había recuperado la paz.
Una vez hubo terminado su carta, lentamente limpió la pluma y la dejó delicadamente en su estuche. Sonriendo tras un suspiro, comenzó a releer la carta dirigida a su más preciada compañera.
                -¡Vamos! –Exclamó la voz del dragón superando al sonido del galope de los caballos- No mostréis temor, ni duda, dirigirles con decisión, confianza y coraje.
Una vez la mayoría hubo marchado al galope junto a sus compañeros, volvió a centrar la atención sobre la joven muchacha que incapaz de subir a lomos del corcel, le miraba con una mezcla de nerviosismo y desesperación.
                -Venga… tú puedes hacerlo.
                -Es demasiado alto y fuerte para mí –dijo ella frustrada-. ¿No podría coger uno de los potros?
                -Sabes que los potros son solo para los más jóvenes. Vamos, tú puedes. Solo tienes que tener confianza en ti misma y superar tu miedo. Yo estaré a tu lado guiándote.
Ella suspiró con miedo, pero obedeció y comenzó a subir a lomos del corcel. La verdad es que tenía parte de razón. Su cuerpo era aún frágil y con poca fuerza, pero al mismo tiempo era demasiado mayor como para continuar con los potros. Todos sus compañeros habían conseguido dominar a sus caballos excepto ella.
                -Comienza dándole un pequeño golpecito con los pies –dijo el dragón una vez se hubo subido.
                -No… -repuso ella con lágrimas en los ojos. Estaba aterrada.
                -Es solo un caballo –repuso mientras le acariciaba las crines para tranquilizarlo-. Observa, él siente tu nerviosismo, tu miedo… solo tú puedes dirigirle y tienes que hacerlo con seguridad y decisión. Habrá momentos en tu vida que tendrás que arriesgarte y avanzar. Por mucho miedo que tengas a tus enemigos, ellos no te van a dar la oportunidad de dudar. Deberás hacerles frente, pues habrá momentos en los que solo tú, deberás salir a pelear sola independientemente de cómo estés de asustada. Vamos… da solo un suave golpecito.
Ella aún con las lágrimas en los ojos obedeció y tras un resoplido él caballo comenzó a caminar con lentitud.
                -Eso es… -susurró el maestro con una sonrisa- ahora cuando llegues al muro, utiliza tú mano derecha con fuerza para tirar de la correa y girar su cuerpo hacia ese lado.
                -¿Y si le hago daño? –preguntó ella con nerviosismo mientras el caballo comenzaba a aumentar la marcha.
                -No le harás daño te lo prometo, ahora tira de las cuerdas hacia ti para frenarle y haz lo que te he dicho.
                -¡No! –exclamó soñozando, me tirará.
                -Si no lo haces sí que te va a tirar, vamos, solo hazlo.
Lentamente tiró del corcel hacía atrás pero no con la suficiente fuerza. Y emitiendo un relincho el corcel comenzó a galopar hacia el muro.
                -¡HAZ LO QUE TEDIGO, GIRA HACÍA LA DERECHA CON TU MANO Y TU CUERPO! –Exclamó el maestro nervioso y enfurecido.
                -¡NO PUEDO, QUIERO BAJAR! –Exclamó ella rompiendo a llorar. Mientras el caballo se volvía ya incontrolable.
Antes de que pudiera decir nada más, el corcel se elevó sobre sus cuartos traseros y el cuerpo de la joven muchacha salió disparado hacia atrás. Sin dudarlo ni un segundo, llamó al rayo y golpeando con él en el suelo impulsó su cuerpo.  Estiró su mano derecha y con un fuerte golpe de viento lanzó al caballo unos cuantos metros más allá, mientras que con su izquierda usó el mismo golpe para girar su cuerpo ciento ochenta grados a ras del suelo. Cuando el oso la rodeó con sus brazos y su cuerpo, rebotaron un par de veces en el suelo antes de estrellarse contra la dura pared de piedra.
Tras unos segundos inmóviles, su cuerpo comenzó a tornar de nuevo a humano. Ella que antes se había aferrado al basto pelaje del oso, seguía ahora aferrada a su verde armadura mientras continuaba llorando y chillando cuanto le odiaba. Tras unos minutos sus ojos le miraron con un odio que jamás en su vida olvidaría y salió corriendo hacia el interior del gran castillo.
Tras informar a su superior, el día continuó con normalidad. El grupo volvió a salir después de comer pero esta vez él debía adiestrar a los más jóvenes en arquería. Una vez llegada la noche, se dirigió hacia los establos y lentamente se acercó al caballo de la muchacha.
                -Hola compañero… -le susurró acariciándole el cuello- siento haberte golpeado antes, pero era por su bien.
                -Maestro… -le susurró la voz de la joven a sus espaldas.
El joven dragón se giró con su habitual sonrisa, pero antes de que dijera nada ella le abrazó y tras unos minutos en silencio cogió su caballo y lo sacó de los establos.
                  -La verdad, no puedo entender como lo haces -dijo la voz de su superior desde la puerta viéndole alejarse-. Esta tarde, esta muchacha ha salvado a uno de sus compañeros. Cuando estaban regresando al pueblo uno de los dragones se dio cuenta de que faltaba uno de los aprendices más jóvenes. Al no encontrarlo y comenzar a oscurecer, di la orden de volver con todo el grupo y volver a salir para buscarlo solos, pero ella aprovechó un descuido y robando uno de los caballos de sus superiores salió al galope de nuevo hacia el bosque. Al cabo de unos minutos ambos muchachos volvieron. Según el joven, una manada de lobos lo habían acorralado y tu aterrorizada aprendiz apareció justo a tiempo para agarrarle y subirle junto a ella y escapar –poniendo la mano sobre su hombro, su superior continuó-. Buen trabajo maestro…
Dos finas lágrimas escaparon de sus ojos e intentando tapar su rostro fue tras ella para reprimirle, sancionarla... y luego abrazarla.


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