El silencio del gran barco fue interrumpido por el ritmo de
sus botas al caminar. Su mano acariciaba la madera que en su día le protegió, y
que ahora gracias a su esfuerzo protegía a la última esperanza. El mar en calma,
dejaba a la vista una vista espectacular. El reflejo de la luna se imponía
sobre las calmadas aguas.
Una de sus segundos de a bordo se acercó al descubrirlo
allí, absorto mirando a la luna.
-Veo
que no soy el único que esta noche no hace más que recordar. ¿En qué pensaba
capitán?
-Estaba
recordando la primera vez que me subí al barco tras nuestra preparación. Cuando
puse un pie aquí, estaba desierto, todos se habían ido. Nos confiaron el barco
por miedo a ser ellos los espectadores de su final. Cuando subí, no había
nadie, ni siquiera vosotros mis compañeros. Y cuando creí que todo se había
acabado, apareció ella, una de nuestras capitanas. Confié en ella, pero cuando
me quise dar cuenta, el propio gobierno central estaba corrompido hasta la
médula. Y así fue como ella huyó para inclinar la rodilla ante ellos. Y yo me
quede solo, con una tripulación sin capitán,
una túnica con capucha blanca, y una guerra absurda que librar. Una
guerra en la que perdimos más de lo que ganamos.
-Afortunadamente
ahora, estamos en paz, y contigo al mando. Has dejado crecer una última
esperanza en lugar de dejar que el gobierno central la pisoteara, no te corrompiste, ni te convertiste en un
renegado. Te quedaste, y tú solo reconstruiste el barco, los puestos de mando,
y conseguiste aliados.
El capitán sonrió.
-Vete a
descansar, acuérdate que mañana llega una nueva persona a bordo.
Tras oír la puerta cerrase a su espalda, el capitán susurró:
-Todo
eso, está muy bien, pero… ¿será suficiente? Y si todo se complica, entonces ¿quién
se quedará con el barco? Esperemos ser lo suficientemente fuertes.
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