El bosque era demasiado frondoso para poder correr a plena libertad.
Pero aun así, él seguía tras esa bella figura. Cuentan las malas lenguas, que
la obsesión le estaba haciendo perder el juicio. Y puede que no les faltara
razón. Al principio no le supuso gran complicación, él era un hombre fuerte,
decidido, y valiente.
Pasaron los días, y el hombre no retornaba del bosque. Un
mes, dos, tres, y nadie conseguía saber nada de él. Se decía también que en las
tranquilas noches se podían escuchar sus gritos de desesperación.
Al pasar los tres meses, la comida dejó de ser necesaria
para el hombre que seguía recorriendo el gran bosque. La imagen de la bella
sombra se convirtió en su único alimento. Poco tiempo después, el descanso
nocturno, dejo de ser posible, pues sino continuaba acabaría perdiendo el rumbo
de la ansiada sombra.
Cuando su nombre, pasó a ser una pura leyenda en el pequeño
pueblo, su cuerpo quedaba inservible en medio del bosque, pero el hombre seguía
corriendo. Y corrió, y corrió durante tanto tiempo, que olvidó, sus objetivos,
sus proyectos, su nombre. Solo corría tras su ansiada sombra.
Y por fin, llegó el momento de la decisión. Dos caminos. Dos
finales. Uno incierto, inseguro, peligroso, pero el más deseado lo más hondo de su propio ente. Pues allí al fondo, se podía atisbar un bello resplandor de
esperanza. El otro camino, irregular, largo, costoso, con una señal: “De vuelta a casa”. ¿Cuál era el
correcto? Su merecida felicidad, o la tranquilidad de la seguridad. En ese
momento, una voz resonó en el interior del ente: “Todo se solucionará”.
Su cuerpo se levantó, y el azulado ente volvió a sentir,
ver, escuchar, oler, y saborear. Y en poco tiempo frente ambos caminos, volvía
a existir un hombre fuerte, decidido, y valiente. Su primer pensamiento fue: “Seguro
que hay alguna manera de conseguir ambos”
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