El bastón acompañaba cada uno de sus pasos hacia el puerto.
Él lo seguía detrás sin dirigir palabra alguna. A lo lejos pudo darse cuenta de
cuál era su barco, pues toda su tripulación se apiñaba a babor esperando su
regreso. Cuando uno de sus oficiales pudo distinguir a su viejo capitán, la
tripulación estalló en un bloque de risas, y saludos. No hacía falta verle la
cara al viejo para ver su sonrisa. Al fin y al cabo eran los suyos, y había
accedido a instruirle voluntariamente.
Tras haber subido todas sus pertenencias al gran barco, su
viejo maestro se giró, y sus ojos marrones se posaron sobre los suyos verdes.
-Te he
acompañado durante todo el tiempo necesario. Te enseñé a navegar en estas
nuevas aguas, a ver la salida más allá de la lógica humana. Tienes la
tripulación, tienes el barco, y tienes un gran sentido de la justicia. Te he
visto enseñar a tu tripulación, te he visto aguantar golpes que destrozarían al
más grande y fuerte de los hombres, y he visto cómo tendías la mano a un nuevo
oficial a tu lado. Muchacho, tienes más potencial que todo el gobierno central
junto. Y lo más importante, todo lo utilizas con el corazón.
El capitán no tenía palabras, estaba ante un triunfador.
Alguien que no tenía miedo a nadie, al que respetaban en todas y cada una de
las ciudades libres, alguien que pese a su gran experiencia y poder, siempre lo
trato como a un igual. No pudo aguantarlo más.
El abrazo duró cinco minutos. Cuando se separaron, el
anciano le dedico una sonrisa, y subió con cuidado al barco. Nuestro gran
capitán sonrió, se cubrió su rostro con la capucha, y comenzó a recorrer el
puerto a la mayor velocidad posible.
…
El barco comenzaba a deslizarse sobre las aguas. Cuando su
nuevo oficial notó la brisa marina, supo que su capitán volvía a estar a bordo.
Ambos oficiales se presentaron ante él, para escuchar las órdenes. El capitán
al verlos sonrió bajo su capucha:
-El
viejo, ha vuelto a casa. Ahora estamos solos. Rumbo norte, y a toda vela. Vamos
a encontrar esa isla.
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