jueves, 20 de marzo de 2014

El reloj del propio tiempo



La lluvia caía sobre su rostro. Cualquiera que hubiera subido a la cubierta y lo hubiera visto allí sin su capucha sobre el rostro, sentado con los ojos cerrados, mientras las gotas de agua se deslizaban en su rostro.
                -¿Disfrutando de un poco de tranquilidad capitán?
El capitán se giró. Un anciano con ropajes raídos, llenos de roturas se encontraba ante él. Calvo, y con una larga barba blanca, sin duda era él. Muy pocos mortales han tenido contacto con él, y ahora se lo encontraba ya por segunda vez. El más temido de los magos legendarios, el Tiempo.
                -¿Sabes por qué estoy aquí joven?
                -La última vez que te vi, no fue agradable, así que supongo para darme una mala noticia.
                -Eres muy inteligente muchacho, o quizá no… Sin duda, has luchado con valor y lealtad, tú solo levantaste una tripulación hundida, demostraste a todos aquellos que renunciaron, que luchar con el corazón sin abandonar es algo mucho más fuerte que todo el oro del mundo. Has entrenado una gran tripulación, que tendrá la posibilidad de heredar algo vivo. Pero… ¿y qué hay de tu corazón, acaso le has ayudado, le has siquiera escuchado?
                -Había personas que necesitaban mi ayuda…
                -Las personas deben aprender a solucionar sus propios problemas por si mismos también. Cargas cada vez con más responsabilidad… y tu corazón llora…

                -¿Y qué quieres que haga?
                -Responde a tu corazón capitán… ya has ayudado bastante al pueblo.
                -Aún queda trabajo por hacer…
                -Suponía que dirías eso -dijo el mago, entregándole un pequeño paquete.
                -Qué se supone que es es…
El anciano había desaparecido, volvía a estar solo con la lluvia. Lentamente abrió el paquete sacando un pequeño reloj de arena y una nota.
Ese es el tiempo para hacer caso a tu corazón, sino lo haces todo se perderá y se romperá en pedazos… TODO
De sus ojos surgieron un par de lágrimas. Incluso a cien kilómetros del barco, en las pequeñas aldeas portuarias se pudo oír a través del viento, el grito de rabia del capitán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario