La lluvia seguía cayendo fuera. Su camerino se encontraba en
silencio mientras él miraba por la ventana. El pequeño reloj de arena se
encontraba en la mesa, pasando granito a granito de la parte alta a la baja,
lentamente, pero sin detenerse. El
capitán miró al cielo gris. “Mi corazón ¿eh?” pensó. Lentamente levantó la
vista y miró su camarote. Fotos, dibujos, mapas, amuletos, todo estaba lleno de
recuerdos… “qué rápido olvida todo el mundo, a los que lucharon a su lado”. Había conseguido
lo imposible solo… ya era hora de dejar de luchar por los demás.
Abrió la puerta del camerino, y llamo a su tripulación
inicial. No eran más que ocho y eran la piedra preciosa de su tripulación, el origen
de sus aventuras…
-Dar
permiso indefinido al resto de la tripulación, que descansen durante unos
meses. Vosotros viajareis conmigo… como los viejos tiempos. Sé que aún quedan
resquicios de personas que desean un gobierno de los mares, sé que un mago del
fuego está planeando su golpe, sé que no tenemos noticias de la reina central,
pero… naveguemos hacia el norte.
Sin dudarlo ni un segundo, cada uno de ellos cumplió la
orden, eso es lo que le gustaba de ellos, confiaban en él ciegamente, y él en
ellos también.
Cuando todos y cada uno de los tripulantes se marcharon
deseosos de ese descanso. El barco zarpó. Su capitán siempre fiel a sus ideas
marcó el rumbo, su pequeña tripulación fiel a su capitán hizo posible el nuevo
rumbo.
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