La puesta de sol se fundía con el mar creando un intenso
color rojizo en el agua. Las pequeñas olas coloradas golpeaban con suavidad el
casco del barco que en ese momento de paz se deslizaba, como un padre
acariciando a su hijo con ternura. Bajo su capucha blanca, él observaba el
horizonte, con la soledad como única compañera, absorto en sus pensamientos. Se
habían retrasado demasiado en su rumbo y aún quedaba mucha distancia por
recorrer, así que podía permitirse relajarse. Su vista se centró en una de sus
tripulantes, se encontraba allí con un pequeño libro y una pluma escribiendo bajo
las últimas caricias del sol.
Sonrió con ternura, sin duda sus tripulantes habían crecido
mucho. Aún recordaba sus miradas de niño asombradas en los primeros
entrenamientos, les había enseñado muchas cosas, y él mismo había aprendido de
ellos otro tanto. Se acercó lentamente a ella, y con suavidad la llamó:
-¡Eh,
novata! –Ella se giró con su habitual sonrisa- ¿Qué escribes? Siempre me lo
pregunté.
-Mi
cuaderno de bitácora –respondió con una segura sinceridad.
El capitán asombrado, miró el cuaderno. Conocía su afición,
pero jamás habría pensado que ella tuviera un cuaderno de Bitácora. Él escribía
en el suyo siempre que le era posible, y sintiendo una profunda curiosidad
volvió a sonreir.
-¿Puedo
verlo? –preguntó.
-Es
personal –respondió cortante.
-Solo
un vistazo… prometo no comentar nada a nadie si ese es tu deseo.
Dudó por unos segundos, pero al final aún con cierto recelo
extendió el libro hacia él. El capitán se sentó junto a ella en el suelo y
empezó a leer.
-Si no
le gusta, no me lo diga por favor capitán –comentó sonrojada tras unos minutos.
El capitán pasó cada página del libro, primero con
curiosidad quería comprobar una vez más de que estaba hecha su tripulación.
El libro calló al suelo con un ruido seco… le temblaron las
manos, bajo su capucha sus ojos se encontraban muy abiertos. No podía creerse
lo que estaba leyendo.
-¿Dónde
has aprendido…?
-No lo
sé… -comentó con temor- me sale sin más, no sé explicarlo…
El capitán la comprendía perfectamente, él sentía lo mismo
cuando la pluma tocaba sus manos. Lentamente apoyó la mano en su hombro y
mirando sus ojos marrones le susurró:
-Aún te
queda mucho por aprender, pero… sin duda tienes mucho talento.
Ella incrédula sonrió, y tras dedicarle su gratitud le dejó
allí sentado, mirando al horizonte con una expresión de orgullo. Esa era sin
duda su tripulación, con fuerza, talento, ambición, y humildad. Todos y cada
uno eran diferentes, y todos y cada uno le hacían sentirse orgulloso cada día.
Qué rápido había pasado el tiempo.
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