Todos los soldados habían conseguido llegar al castillo,
salvo su pequeño ejército. Habían estado arriesgando sus vidas para ayudar a
los demás a llegar, ese comportamiento era muy típico de su maestro. Pero él no
estaba allí… y en su ausencia ellos debían mostrar que por algo son sus
aprendices.
Demonios y extraños brujos por todas partes. Cada uno de
ellos se había dirigido solo a los diferentes frentes abiertos, no podían dejar
que el castillo sufriera un solo rasguño. El demonio del fuego la miraba con superioridad. Eran muy fuertes,
ellos lo sabían desde el principio, pero era necesario que alguien les
enfrentara aunque no pudieran solos contra ellos.
Consiguió esquivar el ardiente golpe, pero la explosión elevó
su cuerpo un par de metros, dejándola en el suelo llena de magulladuras y
quemaduras. El demonio no mostró ni un ápice de piedad, extendió su llameante
mano, y lanzó su último ataque. Cerró los ojos, era el fin, ya sentía el
intenso calor del fuego…
El olor a humo le dio nauseas, sus ojos se abrieron
lentamente… su espada brillaba con un tono anaranjado debido al reflejo del fuego
ahora esparcido a su alrededor, aún seguía teniendo el pelo dejado y la barba despoblada,
pero su armadura estaba adornada con nuevas telas verdes, en realidad todo eso
daba igual… él había detenido el impacto, ya estaba allí.
Sus ojos verdes observaron al demonio… lo evaluaba con una
expresión más fría que un glaciar…
-Estas
en mi territorio… ¡¡márchate!!
El demonio se detuvo durante unos segundos, pero continuó avanzando
avivando aún más las llamas de su cuerpo.
-Has
atacado a lo único por lo que daría mi vida, y pagarás por ello…
Sin siquiera volver a darle una nueva oportunidad, se lanzó
contra su ardiente enemigo de un salto. La mano del demonio le agarró, ella
emitió un grito de temor… no… el cuerpo… el cuerpo se desvanecía en su ardorosa
mano. Él… él estaba justo a sus pies, y sin dudarlo cortó al adepto del fuego
por el abdomen, hasta separarlo en dos inútiles partes. Había vencido…
-Pero…
¿cómo has…? –su cuerpo se había desdoblado, era inexplicable.
-Los
secretos de mi elemento solo los conozco yo, –interrumpió él con expresión
seria- volvamos al castillo…
-Y… ¿los
demás?
-Todos
están a salvo… tranquila. Volvamos, descansemos, y preparémonos para la guerra,
una invasión se acerca.
-Yo…
lo… lo sien…
-Estoy
orgulloso de vosotros ¿sabes? Habéis mostrado valor, lealtad, y templanza. Y
aunque la prueba resultaba imposible, habéis sabido saltar al campo de batalla
y aguatar. A partir de ahora no sois simples soldados de la revolución, sois mi
última esperanza para gobernar esta región. Si permanecéis a mi lado,
plantaremos cara a todo enemigo que quiera destruir el mundo que tanto nos ha
costado construir y proteger.
-¿Y por
qué no gobiernas tú…?
-Ahora
mismo es imposible… además alguien como yo no podría hacerlo… solo soy un
simple maestro… un maestro que enseñará el poder de los sentimientos.
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