Un leve escalofrío recorrió su cuerpo. La fría tormenta de
nieve había cubierto todo a su paso, desde hacía horas no sabía dónde estaba,
se había perdido… y para más inri, la fuerza de la tormenta aumentaba por
momentos. Caminó durante horas, solo, perdido entre lo que supuestamente era un
boque, con solo dos metros de visión, y la nieve hasta las rodillas. Podía ser
el final para él… estaba calado hasta los huesos, tenía hambre y sueño, y no
dejaba de titiritar.
Sus pasos se detuvieron ante la helada muralla. ¿Qué era ese
lugar? ¿Acaso las leyendas sobre el límite del mundo eran ciertas? Alta,
invencible, y transparente, la gigante pared de hielo surgió ante él. Su vista
no alcanzaba a ver su verdadera altitud, pero si distinguió algo extraño a
escasos metros. Lentamente y seguro de su inminente muerte, avanzó hasta el
posible último descubrimiento de su vida.
Un grito de asombro escapó de su interior, una persona… ¡¡había
un chico allí dentro!! Su pelo blanco como la nieve que le rodeaba, y su
expresión no mostraba dolor, parecía como si durmiera. Pero aun a pesar de ello
él sabía que ese chico había sufrido… no sabía porque, pero lo sabía. Había
algo en él que le inspiraba lástima…
“Al menos moriré
acompañado” –pensó mientras su mano tocaba el helado cristal.
Su cuerpo dejó de responder, no podía separar la mano del
hielo… pero pronto dejó de resistirse, pues él, el durmiente joven, abrió
lentamente los ojos. Con cierta lentitud, observó todo a su alrededor, incluido
a él. Su mirada era melancólica y vacía, no había sentimiento alguno en ella.
Lentamente el extraño joven, aún dentro de su helada prisión
se movió hacia él. Pesadamente su mano salió del hielo como si de agua se
tratase, y sin mostrar ni un ápice de duda, la posó en su pecho.
El mundo se volvió frio, su respiración era cada vez más
entrecortada, y su corazón comenzó a latir más despacio. Le dolía… el frio le
quemaba por dentro… sin poder controlarlo emitió un aullido de dolor. Su cuerpo
salió disparado un par de metros sobre el suelo, y allí tendido el líder rebelde
tuvo miedo… miedo a equivocarse, miedo a perder, a perecer, miedo a no
terminar, a no volver a sentir nada nunca más, a cerrar la puerta de su propia
cordura, miedo a no volver a vivir…
Intentó llorar pero nada salió de su interior, intentó
gritar pero sus entrañas estaban congeladas, lentamente se levantó e intentó
correr, pero fue en vano, se sentía pesado, sentía la carga… y tambaleándose se
adentró de nuevo en el bosque, solo, calado hasta los huesos, con solo dos metros
de visión, y la nieve hasta las rodilla, pero eso ya no importaba…
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