La brisa recorría cada rincón del silencioso castillo. No se
escuchaba el tintineo de los cocineros, los martillazos de los herreros, los
gritos en el patio de armas, nada… salvo el ligero murmullo de la pluma al
rasgar el papel. Su mano se movía con agilidad y precisión, allí sentado en
silencio, amparado por la tenue luz de una pequeña lámpara.
-Deberías
estar disfrutando…
No levantó la mirada de su tarea, ni se volvió… ni siquiera
cesó su el murmullo del contacto de la pluma y el papel.
-Necesitamos
actuar con rapidez, estar preparados…
-Pero
no hay nadie en el castillo…
-¿Acaso
importa? –Preguntó sin dejar de escribir- Yo mismo les he dejado irse esta noche,
sabrán que tienen que hacer…
-¿Y tú?
–preguntó el visitante jugueteando con sus dorados rizos.
-¿Yo? Yo
no estoy aquí hoy…
-¿Y dónde
estás?
-A
cientos de kilómetros de aquí, en un lugar donde nunca he estado.
-¿Por
qué? –preguntó el rizoso joven asombrado.
-Porque
tú lo has querido así…
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