martes, 26 de julio de 2016

El llamado Puño de fuego



El pueblo estaba en silencio. Lentamente abrió los ojos y observó a su alrededor. Todos los soldados reales le rodeaban apuntándole con sus espadas. Olía su rabia, sentía su odio…
Poco a poco comenzó a notar cómo la húmeda y fría lluvia afectaba a su poder, sus llamas se estaban apagando. Pero él era el mago del fuego, pensaba una y otra vez. No podía perder contra tan bajos enemigos, su deber era luchar contra la corrupción y la injusticia, no… no lo permitiría.
Miró al cielo una vez más y cerrando los ojos suspiró al sentir las gotas de lluvia caer sobre su rostro. Poco a poco asumió de nuevo el control y transformó su corazón en piedra. Al abrir los ojos, ya no había sentimientos que le frenaran, no había clemencia ni piedad en su corazón.
Esquivo el primer ataque y hundió la cara del atacante contra el suelo resquebrajando la roca. No dudo ni un segundo en despacharlos uno a uno, los encerró en un círculo de fuego, invocó a los espíritus del fuego, conjuró espadas y arcos de flama, incluso llegó a levantar todo un muro de llamas. Daba igual cuantos fueran o cuantas veces le atacaran, él siempre lograba detenerlos. No le importaba ser uno contra un millón, o llevar días así, luchando… sin comer, sin dormir, sin tregua alguna. Pero… ¿por qué no los hacía retroceder? ¿por qué no se retiraban? Pronto su poder se acabaría y sería su final.
El estruendo de la explosión le hizo temblar… el muro de llamas había estallado, su poder se había terminado. Sus rodillas tocaron pesadamente el suelo, su visión era borrosa, y no oía más que un zumbido. No le quedaban fuerzas… pensó mientras escupía sangre y observaba todo el ejército real a dispuesto a matarle. Ni siquiera aquel que había dado la orden, estaba allí para presenciarlo… ¿Acaso no era él un rival digno?
                -Vamos… -dijo uno de los soldados con expresión burlona- pide por tu vida. Quiero oírte suplicar.
No… no se diría de él que había pedido compasión. Hincó una de sus rodillas y su mano se apoyó en la otra. Tenía que levantarse, una vez más. Sintió cómo la frescura del viento le revolvía el cabello, y fue entonces y solo entonces cuando lo escucho en lo más hondo de su corazón: “estoy en camino…”. Sorprendido abrió los ojos. Había sido él, estaba seguro, su gremio aparecía cuando más lo necesitaba.
El interior de su corazón de piedra comenzó a arder. No podía soportarlo, tendría que dejarlo salir… y sin percatarse de las cientos de espadas que se dirigían hacia él, llamó al dragón del fuego.
Su cuerpo se elevó y el estruendo de sus alas llameantes hizo retroceder a sus enemigos. Desde el aire, se impulsó en picado contra el suelo. Concentró toda su energía y con su pierna  golpeó con furia el suelo. La tierra tembló, toda la piedra se resquebrajó unos cincuenta metros a la redonda dejando emerger grandes llamaradas del mismo centro del planeta. Sus brazos tomaron la fuerza del dragón del fuego y con un golpe seco encerró a toda la armada en una gran bola de fuego.
                -¿Qu… qué se supone que eres tú? –oyó decir a un soldado herido desde el suelo.
                -Nada que no os merezcáis… -le respondió con frialdad- la bola desaparecerá en unos minutos, dile a tu general que ahora voy a ser yo quien le va a dejar fuera de combate para siempre.
Y dirigiéndose a la pared de fuego sonrió antes de desaparecer. Estaba seguro que había oído a su hermano de escudo en su corazón. Podrían estar separados, pero la llama de su gremio jamás se apagaría.
Y fue así y solo así como el mago del fuego recordó que no había nadie más fuerte que él. Seguiría cumpliendo su deber no solo por él, sino por el bien de todo el planeta. 

El dragón del trueno



El sonido de la fina lluvia y de los relámpagos, habían conquistado toda la ciudad. Bajo el cobijo del agua una figura negra avanzaba lentamente en silencio. Incluso ella, ente de la naturaleza, sintió cómo su aliento se helaba a medida  que se acercaba al puente de madera.
Tenía que admitirlo le sorprendió comprobar que se trataba de un hombre, y más aún reconocer a dicho hombre. Cuando hubo llegado frente ella se detuvo sin siquiera decir una palabra. Lo notaba extraño, no llevaba la armadura del dragón, ni la túnica de capucha blanca. No portaba espada, ni arco… nada salvo un atuendo de viaje negro.
                -Hacía mucho que no nos encontrábamos, ¿qué ha sido de ti? ¿Has aprendido a no desaprovechar las oportunidades que te brindo?
                -Bien sabes que no era más que un fantasma, una sombra más con la que es imposible luchar.
                -Vaya, vaya… así que al final si eres un hombre como los demás.
                -No siempre voy a ser ese que todos esperan ver –contestó él con frialdad.
                -Ya… según tengo entendido una de los nuevos capitanes te ha comenzado a buscar ¿no piensas…?
                -Me voy… -dijo él interrumpiéndola mientras comenzaba de nuevo su camino.
                -¿¡Cómo que te vas!? –le espetó ella cuando le hubo dado la espalda-  No puedes irte… la última guardiana ha perecido y tú debes ocupar su lugar.
En ese momento, él se detuvo y se volvió para mirarla. Jamás había visto tanta furia y frialdad en un rostro. Bajo sus ojos verdes pudo ver la rabia del lobo, la fuerza del oso, el veneno de la serpiente, la paciencia del halcón…
                -¿Debo?-dijo su contenida voz desgarrando el sonido de la lluvia- durante toda mi existencia me he formado para ser un auténtico capitán, una persona íntegra que luche contra la corrupción y la injusticia con lealtad y valentía, obteniendo a cambio en todo momento decepciones y pérdidas. Durante siete años he llegado a arriesgar mi propia vida en pos de la justicia y la verdad, he perdido a muchísimas personas, sobre todo aquellos dos guardianes y fundadores de dicha enseñanza, y cada vez que busco a ese ser lleno de luz del que tanto hablas, solo me encuentro con fantasmas y oscuridad. Y ahora tú, que jamás me has dado tregua… me dices que mi deber  es continuar luchando por un mundo que ni siquiera es capaz de dar las gracias y que tengo que proteger a personas vacías que se dejan dominar por seres dañinos y corruptos. No… mi deber ha concluido hace mucho tiempo, y por cumplir con él prácticamente no he recibido más que dolor. Me voy… soy un dragón, nada ni nadie me va a decir que tengo que hacer. Si te vuelvo a ver en mi vida acabaré contigo para siempre…
                -¡¡Cómo te atreves a hablarme así, yo controlo tu cora…!!
Un trueno calló a su lado interrumpiendo sus palabras y la garra se detuvo a escasos milímetros de su cuello. Ella por primera vez tembló al ver su rostro demacrado por la oscuridad.
                -¿Crees que puedes hacer algo contra mí? No tienes más que un bloque de hielo… destrúyelo, pulverízalo o cómelo, haz lo que  quieras pero no se te ocurra pensar jamás que puedes controlarme o será lo último que pase por tu cabeza antes de que esta toque el suelo.
Y con el estruendo del rayo desapareció y ella al fin comprendió. Había despertado a ese oscuro ser… aquel que nunca duerme, que jamás se detiene, algunos le confunden con un fantasma, un vástago de la noche…  alguien que jamás nadie podrá parar.  

viernes, 15 de julio de 2016

La pirata de la esperanza



La cálida brisa del sol jugueteó con su pelo como si de una caricia de un padre se tratase. Su sonrisa era temerosa, llena de dudas, de miedos… pero también de esperanzas. Lentamente ajustó su espada, comprobó su carcaj y su arco, y revisó sus provisiones y su armadura de viaje con capucha. Ella no pertenecía a ningún credo, no era seguidora de ninguna facción, no se preocupaba por las disputas por poder o control, ella solo era una caminante solitaria. Siempre había sido así. Todo lo que había conseguido era fruto de su dedicación, de su esfuerzo, de su propio entrenamiento. Ella era capaz de enfrentarse al más fuerte de los enemigos, al más difícil de los obstáculos… siempre los superaría, lo sabía… no necesitaba contactos, dinero o promesas vacías de un futuro mejor, pues su presente y su futuro se lo habría labrado ella misma.
Muchas cosas habían pasado desde su llegada a aquellas tierras del norte. Su tripulación, sus viajes, sus pruebas, sus nuevos amigos… mil y una aventuras, mil y una historias por recordar. Y allí estaba ahora, a punto de cruzar la frontera de aquella salvaje, dura, indomable pero maravillosa tierra. En parte, ella estaba hecha para ese lugar, fuerte como las olas de sus mares, resistente como sus altas y robustas montañas, libre cómo sus cambiantes vientos. Pero entonces… ¿por qué irse? ¿Por qué no quedarse?
                -Por favor… -la voz del guardia le devolvió a la tierra- sería tan amable de presentarme su documentación…
Aun asimilando sus palabras le tendió  su identificación.
                -Su barco le espera en el puerto dieciséis…  –una ráfaga de viento le revolvió el cabello de nuevo- tiene solo unos minutos.
Lánguidamente cubrió el rostro con su capucha de viaje y con una rapidez digna de su habilidad se mezcló con la multitud. En apenas unos segundos encontró su barco. Grande, majestuoso, resistente…
Con un suspiro se concentró y su corazón redujo sus pulsaciones, sus músculos se relajaron, era el momento. No mostró titubeos ni dudas al embarcar. Apenas unos segundos después escuchó el grito del navegante.
                -¡Soltar amarras! ¡Zarpamos!
Las velas se abrieron pesadamente, la madera chirrió, y el barco comenzó a moverse con velocidad. Ella, sentada sobre el mascarón miró de nuevo aquella maravillosa tierra y entonces les vio. Él con la brillante y verde armadura del dragón. Ella, con su dorada coraza con forma de león. Sentados sobre la arena de la playa, observándola en silencio bajo su capucha blanca con una sonrisa. Y en ese momento recordó, que se iba porque iba a formar parte de los mejores del mundo, porque su deber era seguir avanzando, educar a personas libres para que con inteligencia y astucia tengan el valor de luchar por la lealtad a sus propios principios y por las personas que aman. Su deber era convertirse en la maestra de maestros, y para ello solo había un lugar dónde encontrar la oportunidad.
Una fuerte ráfaga de viento golpeó las velas e impulsó el barco con fuerza e intensidad y así y solo así, ella la hija del sol, la guardiana de la libertad, zarpó para demostrar al mundo que aún hay esperanza de lograr un mundo mucho mejor. Ella misma educaría dicha esperanza. 

A Lucía para que no olvides lo más importante para esta aventura.

viernes, 8 de julio de 2016

El curandero del dragón.



La música dejó de sonar. Con la delicadeza de un padre posó su instrumento en la pared y miró al cielo. La fresca brisa de la mañana y el contacto de su piel con el sol, le hicieron suspirar. Había sido un día agotador como todos los anteriores. Su aprendizaje cómo médico llegaba a su fin y las responsabilidades cada vez eran mayores, pero además no podía dedicarse a su música… su talento, tanto como le gustaría. Todo el día de un lado para el otro, tratando con personas de todo tipo, manteniendo el tipo… sus principios. Era agotador… pero al menos en esa pequeña azotea podía caer inmerso en la música durante unos minutos.
                -¡Vamos, no me digas que ya estás agotado! –Al oír su voz, sonrió y se giró- Aún no es ni la hora de comer.
                -¡¿¡Cuánto tiempo llevas ahí sentado!?! –le espetó con tono de enfado.
                -¿Acaso importa? Sonaba muy bien por cierto… ¿un nuevo tema quizás?
                -Oh cállate ya y dime a qué has venido. Tengo que… -la pequeña botella que calló en sus manos le interrumpió.
                -Bebe… -le dijo el maestro bajo su capucha.
Y así pasaron unos minutos… sin hablar, solo bebiendo bajo el cálido abrazo del sol, con toda la ciudad a sus pies. No hacía falta hablar, después de tantos años con solo mirarse la cara eran capaces de comunicarse.
                -¿Y bien? –Dijo él rompiendo el silencio- ¿me lo vas a decir ya?
                -Esa melodía tenía muchísimo sentimiento, me recordaba a alguien…
                -No pienso hacer una canción sobre ti si es lo que quieres…
                -No… -contestó con el dragón con una sonrisa- no me refería a mí. Me recordaba a alguien a quien le debo la vida. Una persona que conozco desde que era niño. Valiente, sincero, responsable… una persona que me tendió la mano y cuya lealtad jamás ha flaqueado. Alguien que no teme a nada ni a nadie, que no duda en salir a pelear por mí aunque ponga en riesgo su propia vida. Uno de los pocos hombres que conozco que aún lucha por un bien común y no por el propio interés. A él le debo agradecer haber pasado tanto a mi lado y haberme permitido el privilegio de corresponderle, para mí siempre será parte de mi familia.
                -¿Quién?
                -Tú, estúpido… -le contestó con una sonora carcajada- No cambies nunca… no dejes de tocar tu música, no permitas que tu corazón deje de dar al mundo tu humildad, tu coraje y tu pasión. Eres fuerte, eres tenaz, eres leal, eres ese héroe que yo jamás llegaré a ser. Así que compón lo que quieras pero que tu mejor melodía siempre sea la que narre la vida de aquel joven artista que con su música es capaz de curar el alma de toda la tierra.

Y sin decir más un golpe de viento se lo llevó, dejándolo solo en aquella azotea, con la fresca brisa de la mañana, con el abrazo del sol… con su música y su instrumento. 
A Cristóbal por esos 24 añazos recien cumplidos. Gracias por estos 18 añazos de amistad inquebrantable.