lunes, 27 de agosto de 2012

La sonrisa de la verdad.


El caballo negro se detuvo ante la puerta, su jinete tras bajar del espectral caballo se acercó al cuerpo que yacía inmóvil frente a la espectral puerta gris. Era demasiado tarde, era evidente que su fortaleza no le sirvió de nada con un corte de tal calibre en el estómago.
La rabia recorría todo su cuerpo, la bestia ansiaba salir. Un rastro de sangre se adentraba en el antiguo refugio. Cuando nuestro jinete abrió la puerta y se adentró en la penumbra del antiguo escondrijo, una risa recorrió cada rincón del refugio. No lo aguantaba más no podía retenerla tenía que dejarla salir, después de todo lo ocurrido se seguía riendo. Un grito desgarrador supuso el comienzo del fin. Su cuerpo ya no era suyo, ahora la bestia recorría el refugio a una velocidad indescriptible.
Muchos se fueron enfrentando a ella, si, pero ninguno podía saciar su sed de sangre. La bestia seguía avanzando, sin ninguna equivocación, ¡Cómo conocía aquellas ruinas! Podríamos decir que se crio allí, cuando las cosas eran más fáciles. Si, ese recuerdo le estaba ayudando a recuperar el control. Por fin volvía a ser él. Caminó el poco camino que le faltaba, la verdad que la bestia le había ahorrado muchas complicaciones. Cuando por fin llegó a la última puerta, una ligera risa surgió del interior. La abrió sin ningún tipo de temor. Allí estaba, EL MALDITO BUFÓN, su mano actuó de forma automática agarrándole el cuello. El bufón con una sonrisa burlona dijo:
  -¡Vamos, acaba conmigo! ¡Sera lo mejor para todos! Todo el mundo te lo agradecerá, no habrá nadie que te lo reproche, ¡Vamos solo será un segundo!
¡Cómo lo odiaba, y cuanta razón tenía! pero había algo que le impedía hacerlo, ese pequeño hombrecito le inspiraba lástima, y además no llegaría lejos con esa herida en el pecho, si, su compañero caído en la puerta, se había encargado de dejarle un bonito recuerdo. Sintiéndose estúpido lo soltó y sin decir nada se dio media vuelta en dirección a la puerta.
Un grito de rabia recorrió toda la habitación. El bufón se dirigía a él con la cara bañada en lágrimas cuchillo en mano. Su mano como si tuviera vida propia, desenfundó la espada, y en menos de un segundo atravesaba el pecho del bufón, el cual sonriente, dedicó su último aliento en un “Gracias”. ¡Cómo que gracias! ¡No podía creerlo, esto era lo que él quería! pero ¿con qué fin? Al lado del sonriente cuerpo encontró un libro con una nota: “Este es mi diario de viaje, te lo cedo, para que comiences a comprender”. (Continuará).

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