La noche es tranquila, claro, durante el día todos se habían
marchado. El último de los capitanes sentado frente el fuego, reflexiona desde
hace una hora. Un día fueron fuertes, pero poco a poco todos han decidido tirar
las armas. Es evidente que después del abandono de sus últimos compañeros, él
solo no podría hacer nada, era cuestión de tiempo. Cuando por fin nuestro capitán
absorto en sus pensamientos vuelve a la tierra, decide dar un paseo. Tras
caminar durante unos pocos minutos, llega a su destino, el precipicio.
Ante él una increíble vista, el mar, y a lo lejos un barco increíblemente
grande, fuerte y lujoso, aguarda desde hace días. Siguió observando el lugar, y
por fin, divisó la pequeña playa. Allí su barco… bueno más bien lo que queda de
él, descansaba junto a la poca tripulación que le queda, unos pocos leales. Allí estaban durmiendo, aguardando por él.
¿Qué esperan de él? ¿Por qué no se marcharon con los otros superiores? ¿Por qué
le siguen aún sabiendo lo que pasa?
El viento erizó los pelos de la nuca del capitán, se
levantó, y continuó caminando. Cuando llegó entró en la ciudad sin inmutarse de
que su uniforme causaba gracia a los pocos ciudadanos despiertos que paseaban
por las calles. Pasó por todos los sitios que quería, donde su gente se
dedicaba a escribir, hacer planes, o simplemente dormir. No quiso parar a saludar, no quería molestarlos. Simplemente
paseo por ahí, necesitaba aclarar sus ideas. Después de pensar, y pensar, sin
duda el viaje es la mejor opción, sería una forma de desconectar de todo
durante algún tiempo. Así que sin más se volvió.
Desmontó su tienda de campaña, apago el fuego, y camino
cuesta abajo. Los grillos callaban cuando pasaba cerca de sus madrigueras.
Llego a la pequeña playa, su tripulación dormía, sin hacer ruido entró en el
barco. Abrió el camerino de su superior, hace meses que lo estaba utilizando,
total, nunca volvería a liderarlos. Abrió el baúl, y de él saco su ropa de
viaje, la túnica estaba fría. Tras colocar su arma en el cinturón, se sentó en
el sillón de su superior… más bien su sillón, ahora el barco era suyo. Durmió
un par de horas, hasta que la luz del sol le acarició la cara. Se levantó, y
llamó a su segundo de a bordo, es joven, sin duda pero un gran apoyo. Dio la
orden, “hacer los preparativos, en tres días partimos”, y en el momento de que
el joven se marchó, saco sus mapas, y los estiró en su mesa, ya tenía hecha
la ruta. Salió de su camerino, sonrió al ver a su pequeña tripulación tan
obediente y concentrada. Alzó su vista hacía donde estaba la ciudad, desde tan
abajo solo se divisaban un par de edificios, sonrió como siempre, como debe
ser. Sus pensamientos de anoche tan centrados en su gente volvieron, pero esta
vez una carcajada salió desde sus pulmones, “Seguro que tienen suerte y se lo
pasan en grande, son muy fuertes”- Pensó de inmediato nuestro capitán.
Volvió a mirar al barco que le aguardaba desde hace días,
otra vez le tocaba ser el fuerte a él. Acarició la quemadura de su brazo, sacó
pecho, y nuestro capitán volvió a estar orgulloso.
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