sábado, 30 de junio de 2012

Solamente ruta, y lobos de mar.


La noche es tranquila, claro, durante el día todos se habían marchado. El último de los capitanes sentado frente el fuego, reflexiona desde hace una hora. Un día fueron fuertes, pero poco a poco todos han decidido tirar las armas. Es evidente que después del abandono de sus últimos compañeros, él solo no podría hacer nada, era cuestión de tiempo. Cuando por fin nuestro capitán absorto en sus pensamientos vuelve a la tierra, decide dar un paseo. Tras caminar durante unos pocos minutos, llega a su destino, el precipicio.
Ante él una increíble vista, el mar, y a lo lejos un barco increíblemente grande, fuerte y lujoso, aguarda desde hace días. Siguió observando el lugar, y por fin, divisó la pequeña playa. Allí su barco… bueno más bien lo que queda de él, descansaba junto a la poca tripulación que le queda, unos pocos leales.  Allí estaban durmiendo, aguardando por él. ¿Qué esperan de él? ¿Por qué no se marcharon con los otros superiores? ¿Por qué le siguen aún sabiendo lo que pasa?
El viento erizó los pelos de la nuca del capitán, se levantó, y continuó caminando. Cuando llegó entró en la ciudad sin inmutarse de que su uniforme causaba gracia a los pocos ciudadanos despiertos que paseaban por las calles. Pasó por todos los sitios que quería, donde su gente se dedicaba a escribir, hacer planes, o simplemente dormir. No quiso parar  a saludar, no quería molestarlos. Simplemente paseo por ahí, necesitaba aclarar sus ideas. Después de pensar, y pensar, sin duda el viaje es la mejor opción, sería una forma de desconectar de todo durante algún tiempo. Así que sin más se volvió.
Desmontó su tienda de campaña, apago el fuego, y camino cuesta abajo. Los grillos callaban cuando pasaba cerca de sus madrigueras. Llego a la pequeña playa, su tripulación dormía, sin hacer ruido entró en el barco. Abrió el camerino de su superior, hace meses que lo estaba utilizando, total, nunca volvería a liderarlos. Abrió el baúl, y de él saco su ropa de viaje, la túnica estaba fría. Tras colocar su arma en el cinturón, se sentó en el sillón de su superior… más bien su sillón, ahora el barco era suyo. Durmió un par de horas, hasta que la luz del sol le acarició la cara. Se levantó, y llamó a su segundo de a bordo, es joven, sin duda pero un gran apoyo. Dio la orden, “hacer los preparativos, en tres días partimos”, y en el momento de que el joven se marchó, saco sus mapas, y los estiró en su mesa, ya tenía hecha la ruta. Salió de su camerino, sonrió al ver a su pequeña tripulación tan obediente y concentrada. Alzó su vista hacía donde estaba la ciudad, desde tan abajo solo se divisaban un par de edificios, sonrió como siempre, como debe ser. Sus pensamientos de anoche tan centrados en su gente volvieron, pero esta vez una carcajada salió desde sus pulmones, “Seguro que tienen suerte y se lo pasan en grande, son muy fuertes”- Pensó de inmediato nuestro capitán.
Volvió a mirar al barco que le aguardaba desde hace días, otra vez le tocaba ser el fuerte a él. Acarició la quemadura de su brazo, sacó pecho, y nuestro capitán volvió a estar orgulloso.

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