La ciudad rebosaba dinamismo aun a pesar del intenso calor.
Sus humildes gentes se paseaban entre los mercados de fruta y verduras ajenos a
su presencia. Un niño surgió de entre las gentes y tropezó con él. El choque
fue tan brusco e inesperado que no pudo emitir un leve gruñido bajo su capucha
blanca. Sus ojos verdes se posaron en el niño que se encontraba en el arenoso
suelo con una expresión de terror en el rostro.
El capitán sonrió. Era normal que el muchacho temiera una
reacción agresiva, había tropezado con un forastero que portaba una larga
espada, y que además ocultaba su rostro bajo una capucha blanca…
-Pe…
perdone…
El capitán se agachó lentamente, toda la calle le observaba
en silencio. Su mano se posó en la cabeza del muchacho.
-No,
perdóname tú a mí joven, no estaba mirando por dónde iba.
Y tras posarle una pequeña moneda en la mano, se levantó. De
entre la multitud, un anciano se acercó con paso pausado.
-Vaya,
vaya, has tardado en ponerte en marcha capitán.
-Pero
ahora ya estoy aquí. Os he encontrado anciano, debéis darme el último entrenamiento.
-No,
joven no, aún te queda camino, mientras tu tripulación se queda en el pueblo,
deberás cruzar el desierto, y encontrar la nieve, y allí tendrás lo que ansías.
-¿Nieve
en el desierto?
-Si
hijo si ¿Estás seguro de que quieres hacerlo? Muchos hombres muchos mejores que
tú lo han intentado y han sucumbido amargamente. Entenderíamos que no lo
hicieras.
-Eso es
cosa mía. –Dijo mientras continúo su marcha sin dudarlo un segundo.
El silencio de la calle rompió con un rugido de vítores y
aplausos. “Se ha ganado el respeto de
los ciudadanos en unos minutos. Interesante… veamos hasta dónde puede llegar su
resistencia.” Pensó el anciano mientras veía alejarse su blanca imagen en aquel
desierto infernal.
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